La Epístola

Apartado 432

Administración 1

Morelia, Mich. CP 58001

#100 Diciembre, 2002

Impreso en México

Noticias

Celaya: Los que han tenido dificultad en localizar a Noé (Gengis) Castillo, pues ya tiene teléfono celular: 01 (461) 600-7222.

Toluca: Campaña de predicación del miércoles, 5 de febrero hasta domingo 9 de febrero. Será por especial invitación. Van a comunicarse con 8 o 10 hermanos pidiendo que visiten a Toluca durante esas fechas para predicar en la calle.

Zacatecas: Hermano Martín Hernández ha renunciado su ministerio de misionero en Zacatecas. No sé las razones. Ramiro e Isabel están otra vez solos ministrando ahí. Además se cambiaron de parque. Antes estaban en la Alameda, pero por antagonistas con bocinas, ahora se cambiaron al Parque Independencia, en el centro, todavía domingos 10am y miércoles 7pm. Además, quieren invitar a todos los que pueden acompañarles durante Semana Santa, el jueves, viernes y sábado, a una campaña de predicación. Solo predicadores por favor, pero todos los que pueden llegar son bienvenidos.

León: La predicación de José West se llevará a cabo en el auditorio de la ETI, en el centro de León, empezando jueves 26 de diciembre, y terminando domingo 29. Es de tema libre.

Morelia: La primera Conferencia de Evangelismo Extranjero se llevará a cabo desde el jueves 19 hasta domingo 22 de diciembre, en la Calzada de San Diego. Predicarán Noé Castillo de Celaya, Alberto Sotelo y Juan Tovar de Guadalajara, y José West de Varsovia, Polonia. El horario es el siguiente:

Jueves 19 7 pm Alberto Sotelo Ma.Elena de Castillo Noé Castillo

Viernes 20 7 pm Juan Tovar Déborah West José West

Sábado 21 7 pm Noé Castillo Jesusa de Tovar Juan Tovar

Domingo 10am José West Elizabet de Sotelo Alberto Sotelo

San Antonio: El tumor de Dale West es de un tipo inoperable. Los doctores dicen que con tratamientos como radiación y quimioterapia probablemente no durará ni 8 meses. Creo que Dale y Nelda han decidido no recibir quimioterapia, reduciendo su tiempo pronosticado. Hasta ahora está sin dolor. Oremos por ellos.

León: Reunión de predicadores, domingo 16 de febrero, comida a las 4 pm, oración empieza a las 5:30.

León, Hidalgo: Conferencia de Exhortación, desde jueves 20 hasta domingo 23 de marzo, 2003. Predicarán Flavio Santoyo, Memo Kincaid, y Miguel N. Jackson.

 

Procurando Las Cosas Honestas

(Serie "Ministerio Sin Vituperio" Parte Nueve)

Por M. N. Jackson

Con la colaboración de Graciela Hernández.

Evitando que nadie nos vitupere en esta abundancia que ministramos; Procurando las cosas honestas, no sólo delante del Señor, mas aún delante de los hombres.

2 Corintios 8.20, 21

El ministerio nuestro ha sido vituperado por la irresponsabilidad fiscal. De todas las faltas en el ministerio, ésta es la más absurda. Todos nosotros somos experimentados y hasta expertos en cuanto al dinero. De por sí, todos sabemos cómo se debe manejar el dinero. Ninguno de nosotros nació y creció en las selvas negras de Sur América donde el dinero no es más que metal brillante; todos somos hijos del comercialismo y entendemos el dinero. Puede ser que ustedes sean ignorantes de muchos de los temas que tocaré a través de esta serie de artículos -- podrán usar su excusa de: "no fui criado en un hogar Cristiano" para cualquier otro punto -- pero no para este punto; de este punto no tienen excusa. El manejo correcto del dinero no es un punto de fe sino de práctica; no es una virtud de Cristianos, es una habilidad natural mundana -- y todos ustedes son muy aptos y sagaces en ello.

No sólo son expertos en el manejo del dinero pero, por experiencia propia conocen profundamente el poder corruptivo del dinero. Saben que el dinero trae a luz la corrupción más obscura del hombre. Las mentiras y la deshonestidad más perversa del corazón del hombre son despertadas por ello. Claro, el dinero no es el culpable, pues el dinero es inanimado; el hombre es el culpable, su amor por el dinero es la raíz de esta corrupción (1 Tim. 6.10). El dinero es como un cuchillo filoso: en manos de un cocinero responsable y experto es de mucha utilidad, pero en mano de un niño pequeño indisciplinado o un criminal codicioso es extremamente peligroso. Igual como el cuchillo tiene el poder de cortar, el dinero tiene el poder de corromper los más nobles y responsables de los hombres (Deu. 16.19), cuanto más a los débiles e inmaduros.

La experiencia también les ha revelado la capacidad divisiva que tiene el dinero. ¿Cuántos de ustedes conocen o quizá hasta han vivido una tragedia familiar sobre una herencia? Hermanos y hermanas demandándose, odiándose, y hasta golpeándose y matándose por un poco de dinero. No sólo sucede a familias, llega a suceder con los mejores amigos y matrimonios; también sucede a iglesias. No sólo "iglesias" (sectas), pero buenas iglesias y buenos hermanos divididos y dañados por un poco de oro y un poco de plata... por unos pequeños papelitos llamados "billetes". ¿Podrá suceder esto entre nosotros y en nuestras iglesias? ¡Ya ha sucedido! ¿Y lo más triste? Sigue sucediendo.

Por esta irresponsabilidad fiscal la iglesia es despreciada. Los mismos infieles la juzgan santurronamente, echando en cara su profesado nacimiento nuevo. Si este juicio te parece injusto, considera que nosotros decimos lo mismo de la religión católica por su robo y corrupción. Por esta irresponsabilidad fiscal la doctrina que profesamos es blasfemada. Nosotros decimos creer en Dios y creer que él es galardonador de los que le buscan. Profesamos esperar una ciudad celestial cuyo hacedor es Dios. Pero las acciones irresponsables de muchos con respecto al dinero proclaman lo contrario; proclaman que esas doctrinas son solamente lemas espirituales usados para despistar el hecho que estamos llenando nuestras bolsas de las riquezas de maldad. De esta manera nuestra doctrina pierde su poder y su limpieza es ensuciada y debilitada por nosotros sus portavoces.

Por esta irresponsabilidad fiscal los inconversos son escandalizados. Después de oír del cambio que Jesús hace en una persona salva, son confrontados con la triste realidad que los Cristianos también son irresponsables y corruptos. ¡Cuántos no han rechazado el evangelio porque sus familiares o conocidos malversaron el dinero de la iglesia! Yo personalmente conozco a muchos que tienen esa triste experiencia. Lo peor de todo es que aquellos inconversos que han sido escandalizados de esa manera, difícilmente superan esa experiencia; aún si son evangelizados por hombres honestos y sinceros, no pueden olvidar el mal sabor de los charlatanes. Cualquier ministro de ustedes que ha invertido algo de tiempo en predicar sabe de lo que hablo.

Por esta irresponsabilidad fiscal los dadores son decepcionados. Después de tantas exhortaciones a dar a la obra de Dios se dan cuenta que en gran parte es sólo una estafa. Su dinero está siendo malamente usado, perdido, y robado; el resultado es una total decepción en la economía de Dios; y la culpa de esta decepción reposa firmemente sobre los ancianos de las iglesias; pero las repercusiones son sentidas por los evangelistas y las decenas de miles de almas que dependen de ellos. El lado positivo es que el galardón de un dador alegre no puede ser robado ni deslustrado por el descuido de los encargados; sin embargo, eso no libra a los responsables por su apatía ni mucho menos por su alevosía. Lo malo es que es muy difícil mantener un deseo de dar generosamente cuando se sospecha que los fondos están siendo malversados. ¡Ay de aquel que escandalizare a alguno de estos pequeños, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en lo profundo de la mar!

Por esta irresponsabilidad fiscal los ministros son defraudados. Cuando hermanos designan ofrendas a un ministro de Dios, ese dinero pertenece a él, no a la iglesia, no a los diáconos, no a los pastores ni a sus planes y proyectos preferidos. Cada centavo de ese dinero debe llegar a la persona o personas designadas. Malversar el dinero no sólo es robar de los dadores sino también de los varones de Dios a quienes se designó, y sobre todo es robar a Dios mismo. Me parece que muchos de los diáconos y aún ancianos de nuestras iglesias no entienden la gravedad de defraudar o tratar mal a los ministros de Dios. Cuando 42 muchachos burlaron a Eliseo, Dios envió dos osos del monte para despedazarlos (2 Rey. 2.23, 24); eso no es una fábula de horror, es una realidad y es escrita para nuestra admonición. ¿Quiénes son los evangelistas? ¿quiénes son los ancianos? Son la gloria de Cristo (2 Cor. 8.23). Los que los desechan, a Cristo desechan (Luc. 10.16). Pienso que deben ser más sobrios en cuanto a la administración de sus responsabilidades fiscales.

Por esta irresponsabilidad fiscal los encargados son arruinados. Tomamos los más confiables, los más devotos, los más fieles y los ponemos encargados del dinero. Pero por no implementar salvaguardas, sólo los estamos aventando a los leones, o mejor dicho, al león... el león rugiente que anda alrededor buscando a quien devorar; y no tiene que buscar mucho porque se lo facilitamos. Ponen a alguien que gana el sueldo mínimo como encargado de veinte veces más que eso, sin ninguna protección contra su naturaleza y tentación humana, mucho menos la tentación que el mismo Satanás le presenta. Es como colgar carne cruda sobre un niño pequeño nadando en el mar y luego no entender porque lo comió un tiburón. No podemos seguir perdiendo los mejores de nuestras iglesias tan tontamente. De por sí perdemos a muchos, no hay que incrementar ni multiplicar ese número. Ustedes ancianos tienen una responsabilidad de cuidar y proteger a los que están encargados del dinero. Dejarlos sin protección y por consiguiente verlos arruinarse en la fe es tanto culpa de ellos como responsabilidad de ustedes.

No sólo se trata de proteger de tentación a los que manejan el dinero, es aún más importante asegurarse que el ministerio no sea vituperado por una percepción de deshonestidad. El error de las iglesias, de los diáconos, y de los ancianos es pensar que administrar las ofrendas se trata de confianza -- no se trata de confianza, se trata de dinero y como ya hemos visto, el dinero es peligroso. Todo el mundo sabe esto, y por lo mismo sospechan automáticamente de cualquiera que lo administra. Por esto Pablo mismo implementó algunas protecciones para asegurarse que nadie pudiera vituperarlo en el ministerio del dinero. ¿Quién duda de la honestidad de Pablo? ¿Quién piensa que Pablo necesitaba tomar tantas precauciones contra el robo? Si alguien era de confianza, seguramente lo era el apóstol Pablo -- pero no se trata de confianza, se trata de dinero, y el dinero es peligroso. Si Pablo era tan cuidadoso en su manejo del dinero, cuánto más nosotros lo debemos ser. Pablo procuraba las cosas honestas tanto en la práctica como también en la percepción. Es decir, no solo procuraba ser honesto ante Dios sino también ante los hombres. No bastaba que Dios supiera que realmente eran honestos en su administración, era igual de importante que los hombres también lo conocieran. Para asegurar que nadie pudiera vituperar su ministerio por la administración del dinero, Pablo implementó algunas prevenciones razonables. Cada una de las iglesias y las personas responsables por las ofrendas debe entender y también implementar estas mismas prevenciones para igualmente asegurar que nadie nos vitupere.

I. Las personas encargadas.

1. Elegidos.

El primer paso preventivo con respecto a las personas encargadas es que deben ser elegidos, no "de hueso." Si los diáconos y encargados son amigos o familiares de los ancianos siempre habrá escepticismo sobre el manejo del dinero, especialmente cuando la iglesia no tuvo ninguna parte en la elección de esas personas. La iglesia no es la "cosa nostra," no es una empresa familiar y no debe aparentar serlo, especialmente en cuanto a las ofrendas. Los que cuentan, depositan, y administran las ofrendas deben ser sin recriminación, y los que ofrendan merecen tener su dinero administrado por gente de su elección. De esta manera se protege el testimonio de la iglesia, de los diáconos y de los ancianos. Si los diáconos administran mal los fondos, los ancianos en gran parte son libres de culpa, pues la iglesia misma los eligió. Este punto es el fundamento de la práctica y de la doctrina de diáconos.

Desde el principio de la iglesia hubo problema con el dinero (Hec. 6). Los apóstoles, para callar las murmuraciones y para librarse del yugo de administración fiscal (servir mesas), mandaron que la iglesia misma debería buscar y poner a siete hombres encargados de esta obra. La única influencia que tuvieron en la elección de estos hombres fue estipular algunos requisitos necesarios. No sólo fue así al inicio de la iglesia, Pablo también apoyó este principio de elección mucho tiempo después cuando él estaba colectando ofrendas para los santos en Jerusalem; él estipuló que las iglesias deberían enviar a algunos hombres de confianza para llevar sus ofrendas a Jerusalem (1 Cor. 16.1-4). Lo interesante de esto es que esta colección fue un proyecto personal de Pablo, y aun así él requería hombres elegidos para llevar el dinero; aún sí él mismo fuera con ellos. Y no sólo pidió hombres elegidos, requirió cartas que lo comprobaban. Esta idea ofende a algunos porque piensan que es un ataque a su confiabilidad y honestidad; pero Pablo no se ofendió, ¡él lo exigió! Lo exigió porque le era importante procurar las cosas honestas ante Dios y ante los hombres, así como también para nosotros debe ser importante.

2. Pluralidad.

El segundo paso preventivo en esta categoría es que deben ser muchas personas encargadas, no pocas. Esta pluralidad de testigos puede ser compuesto por ancianos y diáconos, así como por cualquier hermano de confianza de la iglesia. Sin embargo, tanto por la falta de personas aptas como por la abundancia de pereza, las ofrendas muchas veces son contadas, administradas, y controladas por una sola persona. Esto no sólo es irresponsable y peligroso, es completamente en contra del dechado Bíblico. Hechos 6, 1 Corintios 16, y otros textos establecen este dechado, y es nuestro deber seguirlo. Una persona nunca debe contar ni administrar el dinero solo. La tentación es demasiado grande y el riesgo de que el ministerio sea vituperado por una percepción de deshonestidad es casi seguro. Cuando las ofrendas son contadas, deben estar presentes por lo menos tres personas, para que en boca de dos o tres conste toda palabra (Mat. 18.16; 2 Cor. 13.1). No requiere una licenciatura en economía para entender que es sumamente tonto permitir a una persona contabilizar el dinero sin testigos.

3. Espirituales

El tercer punto es que deben ser espirituales, no carnales. Es común en muchas iglesias ordenar por diáconos a hombres que tienen habilidades carnales convenientes, como albañiles, contadores, plomeros, o herreros, pero ninguna calidad espiritual. La motivación es que ellos son más aptos para la obra carnal. Pues, los apóstoles mismos declararon que el trabajo del diácono era "servir mesas" y el oficio del diácono era para permitir a los ancianos dedicarse a la obra espiritual. Aunque esto sí es cierto, no significa que los diáconos sólo tienen que saber usar un martillo o contabilizar grandes sumas de dinero. Los mismos apóstoles también ordenaron que esos "meseros" tuvieran que ser llenos del espíritu santo. Pablo también especificó requisitos espirituales en su exhortación a Timoteo. Aunque el deber de diácono es principalmente carnal, su enemigo es espiritual (1 Tim. 3.6), su lucha es espiritual, y su galardón es espiritual (1 Tim. 3.13); además el propósito por ofrendar es espiritual (Fil. 4.16, 17). Por lo tanto, es menester que todas las personas involucradas sean espirituales, tanto los dadores, como los ministros que reciben las ofrendas, y los diáconos que las administran.

Es conveniente recalcar que el oficio del diácono no existe para dar un "ministerio" a hermanos indispuestos a ocuparse en lo espiritual (profetizar en la reunión abierta, predicar en la calle, ayuno y oración, visitación, etc.). Los diáconos de la Biblia eran hombres de carácter espiritual (llenos de espíritu), hombres de capacidad espiritual, y hombres de obra espiritual. La obra de diácono no fue un substituto por la obra de evangelista o profeta. Igualmente, no debemos conferir el oficio de diácono sobre cualquier persona que no es espiritual y que no esté involucrado en un ministerio espiritual. Si un hombre no predica en la calle, no comparte en la reunión, no lee la Biblia fielmente, no tiene testimonio de oración, él tal no es digno del diaconado. Aunque esto quizá parezca algo severo, es la única conclusión fiel a los requisitos detallados de 1 Timoteo 3 y Hechos 6.

4. Probados.

El cuarto punto es que deben ser probados, no confiados. Como he dicho repetidamente, no se trata de confianza, se trata de dinero. Por esta razón Pablo dice claramente que deben ser antes probados, y así ministren (1 Tim. 3.10). Un hombre no debe ser confiado con el dinero sin antes tener un testimonio impecable de honestidad. Hombres de carácter dudable, negocios chuecos, morales vacilantes, no tienen lugar en el diaconado. Con mira sobre esta necesidad, Pablo sólo aprobó hombres que se habían mostrado diligentes muchas veces (2 Cor. 8.22, 23). Yo entiendo que no nos agrada pensar mal de un hermano, pero es irresponsable y dañino (tanto a la iglesia como al mismo hermano) confiarle una responsabilidad inmerecida. Sí debemos ser sencillos, pero no hasta el punto de sacrificar la prudencia (Mat. 10.16). Por eso un hombre que no tiene un testimonio manifiesto de confianza y honestidad no debe administrar el dinero de la iglesia.

II. Los principios predominantes.

1. Preventivo.

El primer principio en el manejo de las ofrendas es que debe ser preventivo, no reactivo. Por demasiado tiempo hemos corrido de fiasco a fiasco, tratando de apagar los fuegos de irregularidades fiscales. Dinero perdido, designaciones ignoradas, contabilidad dudable, siempre parece haber algún escándalo monetario en las iglesias. Una de las raíces principales de esta situación es la mentalidad de los mismos ancianos y diáconos. Tienen la mentalidad de bomberos: no hacen nada hasta que la casa está devorada en llamas y luego tratan de apagar el incendio y buscar los culpables. Esta mentalidad sólo tendrá éxito en producir más desastres económicos para las iglesias. La mentalidad que deberíamos tener es la de prevención. La principal labor fiscal de los diáconos (si los hay, y si no, la de los ancianos) es prevenir irregularidades, robos, extravíos, y tentaciones. Es decir, los diáconos deben meditar profundamente sobre las debilidades del sistema de contabilidad de su iglesia, y buscar remediar esas áreas de problemas potenciales antes que se convierten en fiascos. Mucho de esto no es difícil ni requiere mucha inteligencia, lo que sí se necesita son hombres afanosos de proteger la iglesia, efectuar el deseo de los dadores, y seguir el protocolo bíblico detalladamente. Y aún si algo es difícil, con hombres de ese calibre, la dificultad es sólo un reto, nunca un disuasivo; y cualquier falta en conocimiento será sólo un impulso para aprender lo necesario para ministrar bien.

2. Regularizado.

El segundo principio es que el manejo del dinero debe ser regido por reglas, no por la conveniencia. Claro que es más fácil vaciar el contenido de la caja de ofrendas en un calcetín y echarlo sobre una repisa en la casa; y en efecto, ese ha sido el sistema de contabilidad de las iglesias. Argumentarán que sí "contabilizan" las ofrendas, pero todo el esfuerzo en contar y registrar los movimientos fiscales es anulado por no tener y seguir sin excepción un sistema rígido de contabilidad. Reglas de manejo monetario no son guías ni sugerencias, son leyes. Implementar un sistema de contabilidad basado en reglas requiere que los encargados inviertan tiempo en aprender sistemas establecidos de contabilidad, indaguen sobre las necesidades de su iglesia, y adopten y adapten uno de esos sistemas. Todas las personas involucradas en la contabilidad deben ser entrenadas antes de que participen. La naturaleza humana es siempre elegir la vía corta, la senda fácil, el camino de menos resistencia. La naturaleza human es relajarse después de un poco de tiempo; empiezan estrictos y celosos por hacer las cosas bien, pero en poco tiempo se confían y regresan a su sistema "al-ahí-se-va." La única manera de superar esta naturaleza indolente es por entrenamiento riguroso. Los encargados deben ser entrenados a apreciar la importancia de su encargo y sus procedimientos aún más minúsculos.

3. Manifiesto.

El tercer principio es que el manejo de las ofrendas debe ser manifiesto, no secreto. Debemos procurar las cosas honestas delante del Señor (en secreto, en verdad) y también delante de los hombres (manifiesto, en apariencia). Esto significa primero que la contabilidad debe ser clara. Los libros deben ser bien organizados y legibles, los recibos y comprobantes de gastos archivados en orden, los estados de cuenta igualmente. Pero también significa que los encargados deben preparar reportes de las finanzas y presentarlas a la iglesia por lo menos una vez cada año. Además, esto significa que los libros deben ser abiertos a cualquier hermano que desea examinarlos. Las ofrendas no deben ser un secreto, porque eso sólo engendra malas sospechas, y peor aún, crea un ambiente propicio a la irregularidad fiscal y el robo. Los encargados del dinero no son más que mensajeros de la iglesia (2 Cor. 8.22, 23); no son dueños de las ofrendas, como para hacer con ello conforme a sus antojos.

4. Atestiguado.

El cuarto principio es que cada movimiento fiscal debe ser atestiguado, no sólo dejado a la confianza. Es decir, cada ofrenda, cada entrada en los libros, cada depósito, cada cheque, cada gasto debe ser atestiguado por un mínimo de dos personas de confianza. Una sóla persona nunca debe manejar los fondos. Sin excepción. Cuando uno lleva fondos para depositar, debe firmar que los llevó y cuando regresa con una ficha de deposito otro firma de recibido; y no se le permite llevar otro centavo hasta que él regresa el comprobante. Si el encargado no devuelve un comprobante, se notifica de inmediato a los ancianos o diáconos de la iglesia, y ellos deben hacer una encuesta sobre el asunto. Este principio no es difícil de implantar, el problema es que a muchos no les gusta por la misma razón que hemos observado; sienten que su confiabilidad está siendo puesta a tela de juicio. Enfatizo otra vez: No se trata de confianza, se trata de dinero. Además, una persona honesta y de confianza no se ofende por seguir un protocolo estricto que trae a luz su honestidad. Pablo era un hombre así, y él no deseó administrar las ofrendas de las iglesias solo; él exigió que las iglesias enviaran hombres con él para atestiguar su honestidad. Además, él pidió cartas de las iglesias que acertaban que los hombres que le acompañaban eran los mismos que las iglesias habían ordenado. Este cuidado extremo no fue porque las iglesias sospechaban de Pablo, fue porque Pablo deseaba mantener su testimonio de honestidad y confianza.

5. Confirmado.

El quinto principio es que cada movimiento monetario debe ser confirmado, no olvidado. En otras palabras, es necesario verificar que los depósitos realmente fueron depositados, que las designaciones fueron entregadas, que los cheques fueron canjeados. Una cuenta bancaria es de muy poca ventaja sobre un calcetín si los movimientos no son verificados. Los bancos sí cometen errores, las fichas pueden ser falsificadas, buenos hermanos pueden cometer graves pecados -- aún mentir al espíritu santo y robar de Dios (Hec. 5.1-4). Si tu quieres dar tu dinero y olvidarlo ¡qué bien! pero no puedes hacer eso con las ofrendas de los demás. Es imperativo que cada centavo sea usado tal como fue designado. Si alguien ofrenda para terreno, ese dinero no puede ser dado a ancianos. Si dinero es ofrendado para folletos, no puede ser usado para evangelistas. Es deber de los diáconos y ancianos asegurarse de eso.

III. Las prácticas obligatorias.

Cada iglesia tendrá que establecer sus propias reglas para el manejo de las ofendas, pero sí hay algunas prácticas que son básicas, las cuales todos deben seguir. Son prácticas razonables y universalmente aceptadas como necesarias para un manejo honesto y transparente de las finanzas.

1. Asegurar la caja.

La primera es asegurar la caja de ofrendas. La caja debe tener ranuras lo suficientemente anchas para poder meter el dinero, pero lo bastante angostas para no permitir que alguien meta mano para sacar. También debe tener un candado para asegurar que no puede ser abierta fácilmente. Un candado se ve algo desconfiado, pero no se trata de confianza… Además, no se requiere un candado muy grande; la idea no es llevar una caja fuerte sino solamente impedir que un niño juegue con las ofrendas o que una persona pueda robar dinero casualmente. Esto es especialmente necesario para las iglesias que se reúnen en los jardines. Con tantas personas inconversas pasando, es irresponsabilidad no tener un candado sobre la caja. Aún en un edificio, si una ofrenda se pierde, es necesario poder trazar dónde y cuándo se perdió. Pero si la caja no tiene ningún tipo de seguro, es imposible acertar la pérdida. Pues quién sabe si en verdad fue metido en la caja, o quién sabe si alguien lo sacó de la caja o lo robó después. No se sabe si fue una persona ajena o si fueron los mismos encargados. En verdad, son los mismos encargados que deben exigir que se asegure la caja, porque sin importar quien roba la ofrenda, ellos serán los sospechosos y los responsables.

2. Cuenta mancomunada.

La segunda práctica es una cuenta mancomunada. No sólo es irrazonable dar control completo de la cuenta bancaria a una sola persona, es ilegal. El dinero de una sociedad de personas no puede ser controlada por una sola persona. La cuenta mancomunada debe requerir dos firmas, y sólo los ancianos, diáconos, y hermanos de mucha confianza deben tener el poder de firmar. Una cuenta mancomunada protege a todos los involucrados de la tentación de tomar "prestado" los fondos de la iglesia.

3. Contabilidad inmediata.

La tercera práctica es la contabilidad inmediata. Las ofrendas deben ser contadas, registradas, y entregadas a la persona que las va a depositar inmediatamente después de la reunión. La caja de ofrendas no debe ser movida hasta que la contabilidad ha sido terminada. La razón es obvia, en el momento que se traslada la caja (por ejemplo, a un parque para el día de campo, después de una conferencia) se pierde completamente la integridad de contabilidad. Si una ofrenda resulta ser perdida o designada mal, será muy difícil acertarlo.

4. Libros ordenados.

La cuarta práctica es libros ordenados. Hay varios sistemas establecidas de contabilidad, y cada uno tiene sus ventajas y desventajas. Es menester que cada iglesia tome en consideración sus necesidades particulares y empleé un solo sistema. La elección de ese sistema depende sobre sus responsabilidades fiscales con el gobierno, la cantidad de ofrendas que manejan, el número de evangelistas que apoyan, si tienen propiedades inmobiliarias, y otras muchas variables. Pero independiente del sistema que empleen, debe ser llevado a cabo con orden y claridad. Los registros nunca deben ser cambiados una vez grabados. Si hay errores en la contabilidad pasada, es necesario hacer registros correctivos, nunca… NUNCA se borra, ni se sobrescriba, ni se altera de cualquier forma un registro pasado. En el momento que un registro pasado es alterado, todo el sistema de contabilidad pierde validez.

5. Salidas por cheque.

La quinta práctica es salidas por cheque. Es imposible tomar efectivo de la caja de ofrendas y darlo a alguien; aún sí es a la misma persona a quien fue designada. Cada centavo que entra en la caja de ofrendas tiene que ser contado, registrado, y depositado. Una vez depositado, sólo puede ser sacado con un cheque. Claro, el banco sólo permite salidas por cheque de una cuenta mancomunada; así que, el problema mayor es la tentación de dar la ofrenda de los ancianos o de un predicador en efectivo. ¡NO SE PUEDE! Es crucial que el libro de la iglesia se balancea perfectamente con los estados de cuenta del banco -- si no balancea, es una indicación que algo está mal. Pero el momento que entregas dinero a alguien en efectivo ya no es posible balancear el libro. Además, cuando das efectivo a alguien pierdes la evidencia de ese movimiento. Cada movimiento fiscal debe ser corroborado por un "rastro de papel." Es decir:

100 pesos se ofrendan para folletos.

100 pesos se registran en el libro bajo concepto fondo de folletos.

100 pesos se depositan en la cuenta mancomunada.

100 pesos se verifican de que fueron depositados a través de la ficha de depósito.

100 pesos se retiran de la cuenta por medio de un cheque a nombre de la imprenta.

100 pesos se confirman con una factura por determinada cantidad de folletos.

Esta práctica es invariable. No importa si es para folletos, ancianos, evangelistas, pobres, o huérfanos.

6. Responsabilidad constante.

La sexta práctica es responsabilidad constante. Siempre hay alguien responsable por el dinero. Esta cadena de responsabilidad empieza con los dadores, quienes ofrendan voluntariamente como cada uno ha propuesto en su corazón. Luego son los diáconos quienes protegen el dinero en la caja, lo cuentan entre testigos, lo registran ordenadamente en un sistema de contabilidad, lo depositan en el banco, y expiden cheques que depositan en la cuentas de las personas a quienes fue designado. Termina con los ministros y empresas que reciben las ofrendas. Si en cualquier momento falta dinero, se debe poder saber inmediatamente quién fue el último responsable. Esto en realidad no es difícil. Dos hombres son puestos como encargados de la caja desde el inicio de la reunión hasta el momento de la contabilidad; tres son responsables de contar y registrar las ofrendas, hacer las fichas de depósito, y expedir los cheques; uno es responsable de llevar el efectivo y los cheques al banco para realizar los depósitos, firmando en el libro de registros al momento de recibir el dinero y los documentos; cuando él regresa con un comprobante de la transacción, el encargado del libro pone la contrafirma sobre ese movimiento, relevándolo de su responsabilidad; cuando el estado de cuenta bancario correspondiente a ese mes llega, el movimiento es verificado y si compagina con el registro, la responsabilidad pasa al banco. Es tedioso, sí; pero difícil… no.

7. Auditoría periódica.

La séptima práctica es auditoría periódica. Alguien independiente tiene que hacer una auditoria periódica de la contabilidad de la iglesia. Esta es la práctica más complicada de las finanzas, y requiere de una persona inteligente y capaz. No cualquiera puede, porque esta auditoría debe ser más que sólo un sello de goma sobre el trabajo de los demás. Cualquier error, cualquier anomalía, cualquier irregularidad, cualquier estafa debe ser descubierto. Cada centavo debe ser balanceado, cada movimiento confirmado. La auditoría la puede hacer uno de los diáconos, o uno de los ancianos, o cualquier otro hermano o hermana idónea. Posiblemente sea necesario pedir a un hermano de otra iglesia, o, sí es necesario, aun contratar a un contador secular. En todo caso, la persona que hace la auditoría tiene que poner a un lado sus amistades y optimismo Cristiano y hacerse de la idea que su trabajo es hallar errores y asegurar que todo se hizo honestamente y conforme a las reglas establecidas por los ancianos. Cualquier irregularidad debe ser reportada inmediatamente a los ancianos y diáconos. Mínimo, se debe hacer la auditoría cada año; y cada tres o cuatro meses es recomendado por las iglesias que manejan cantidades fuertes. Aparte de esta auditoría general, es muy importante verificar cada depósito y salida cada mes, porque la mayoría de los bancos no permiten reclamaciones después de dos o tres meses-y les digo esto: Los bancos sí cometen errores y sí roban. El lado positivo de esta auditoría es que es el momento más propicio para prepara el reporte financiero para presentarlo a la iglesia.

El manejo del dinero debería ser una obra somera, no un lío constante. El dinero no es tan importante como para causar tantos problemas. Nuestra guerra es espiritual, nuestros enemigos son espirituales, y nuestras armas son espirituales. El dinero no es necesario para pelear esta guerra ni mucho menos para ganarla. Como ha sido observado antes, el dinero es de tan poca importancia que Jesús puso al ladrón como tesorero (Jn. 12.6). El único beneficio espiritual que podemos sacar de nuestro dinero es usarlo para comprar oro afinado de Jesucristo, para ser realmente ricos (Apo. 3.18). Los cristianos no ofrendamos a los evangelistas porque ellos lo necesitan, les ofrendamos para poder ser juntamente participantes del evangelio (1 Cor. 9.23), para que así abunde fruto a nuestra cuenta (Fil. 4.17). Al decir esto, parece que administrar el dinero es un labor inferior, y en parte lo es -- por eso no debemos ser distraídos de la buena parte -- sin embargo, la administración del dinero también es importante. Es tan importante que a pesar del hecho que Jesús lo encargó a un ladrón, desde entonces sólo han sido los mejores y más confiables de la iglesia los encargados de la administración. Algunos de estos diáconos ilustres de la historia han sido Estaban, el primer mártir; Felipe, el evangelista; Tito, el amado compañero de Pablo (2 Cor. 8.22, 23); Bernabé, el hijo de consolación; y Pablo, el apóstol de los Gentiles (Hec. 11.27-30). Todos estos fueron encargados de la administración del dinero al comienzo de sus ministerios, y cada uno fue fiel en ello. Igual como ellos, los que administran esta gracia también serán calificados y confiados con mayores ministerios conforme ministraren (1 Tim. 3.13). Pues si en las malas riquezas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero (Luc. 16.11)? ¿Y si con lo poco vituperaste el ministerio nuestro, qué harás con lo mucho?