La Epístola

Apartado 432

Administración 1

Morelia, Mich. CP 58001

#98 Octubre, 2002

Impreso en México

 

Querétaro: Taller de Mujeres: asistieron casi 200 hermanas de las diversas congregaciones, algunas asistiendo de todas las iglesias. La iglesia de Querétaro nos dió ejemplo de hospitalidad y eficiencia. Además tuvieron reunión en su jardín el domingo con mas de 300 asistiendo, y con todo eso se pudo llevar a cabo una reunión abierta eficaz. Los que asistimos quedamos impresionados.

Zacatecas: La hermana Chayo de Hernández nos avisó que llevó a casa una mochila equivocada, y que otra hermana llevó la suya también por error. La mochila que llevó a Zacatecas contiene playeras de Puerto Vallarta y Guayabitos. La suya que perdió contiene playeras compradas en Queretaro con diseños típicos de Querétaro. Si tienes información, favor de llamar a Ramiro García o Isabel al número celular 044 (449) 950-7639.

Zacatecas: Nos avisan que bautizaron a 6 en septiembre, y hay 4 mas por bautizar.

León: Oración de predicadores, domingo, 17 de noviembre, comida a las 4:00 pm, reunión empieza a las 5:30 pm.

Morelia: Muchos me han avisado que han intentado llamarme por teléfono pero que no se pueden conectar, o que contesta otra persona. Mi teléfono en Morelia es 01 (443) 327-7480. Si por alguna razón no puede comunicarse conmigo así, puede llamar a mi teléfono celular 044 (443) 346-7842. Además, mi dirección de correo electrónico es kincaidw@prodigy.net.mx.

 

Una Hermana Mujer

(Serie "Ministerio Sin Vituperio" Parte Ocho)

Por M. N. Jackson

5 ¿No tenemos potestad de traer con nosotros una hermana mujer también como los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas? 1 Corintios 9

El ministerio nuestro ha sido vituperado por mujeres indignas de ser esposas de ministros. El ministerio de muchos buenos hombres, repletos de don, ambición espiritual, y fervor ha sido barrenado por mano de una esposa kamikaze que desdeña el diseño divino de su creación y escupe sobre el ejemplo de aquellas santas mujeres del antiguo tiempo (1 Ped. 3.5). Estas son peores que el abogado que conspira en contra de su propio cliente; peores que el ciudadano que ataca su propia patria; peores que el perro que muerde su propio señor. Estas mujeres han sido engañadas por las filosofías y vanas sutilezas de este mundo (Col. 2.8). Neciamente piensan que las mujeres son iguales que los hombres y que el matrimonio es una asociación igualada de dos personas independientes con repartición equilibrada de responsabilidades y privilegios. Para ellas el matrimonio ideal es compartir una lavadora, un fregadero, una estufa, una escoba, y un biberón. El hombre ideal es Superman…dilón. Ellas tienen su carrera, o su empleo, o sus planes y piensan que casarse es incorporar a un hombre en ellos. Pero esto no es el diseño de Dios. Dios no crió dos personas independientes, con vidas independientes, y responsabilidades independientes, que por casualidad son físicamente, emocionalmente, intelectualmente, y sexualmente compatibles. Dios tampoco procuró la igualdad de los sexos en la creación; más bien todo lo contrario. Dios adrede diseñó a la mujer desigual y subordinada. Dios hizo a la mujer con el propósito de servir a su esposo y complementar su vida y ser una ayuda idónea al cumplimiento de su vocación.

Cada evento y circunstancia en la formación de la mujer proclama esta desigualdad y subordinación al hombre. Ella fue formada después del hombre (Gen. 2.20; 1 Tim. 2.13). Ella fue tomada del cuerpo del hombre, no fue hecha de "materia prima" (Gen. 2.22; 1 Cor. 11.8). Aunque Dios tenía abundancia del espíritu (Mal. 2.15) y bien pudo haber dado a ella su propia vida, ella recibió una parte de la vida que Dios había ya alentado en la nariz del hombre (Gen. 2.7). La mujer fue presentada al hombre (Gen. 2.22; 1 Cor. 11.9), y el hombre la nombró (Gen. 2.23; Gen 3.20). Y para colmo, Dios la llamó (apellidó) por el nombre de su esposo (Gen. 5.2). Y esto es sin tomar en cuenta la modificación al diseño original ocasionado por la maldición bajo la cual todas las mujeres son puestas: dependencia física, dependencia emocional, y dependencia intelectual (Gen. 3.16). Por estas razones la mujer debe obedecer a su marido--hacer lo que él dice--(1 Ped. 3.6), debe sujetarse a su marido--ceder su voluntad a lo que él desea--(Efe 5.22), y reverenciar a su marido--anhelar lo que a él le conviene--(Efe 5.33). Las mujeres de hoy son espantadas de gran pavor a causa de esta doctrina (1 Ped. 3.6). Ellas reaccionan fuertemente en contra de la idea de perder su "individualidad" e "independencia". Por esta razón una cantidad creciente rehúsan tomar el apellido de su esposo, entre otras cosas. Las tales desean reinventar el matrimonio para conformarlo a sus deseos rebeldes. Son engañadas por Satanás, tal como lo fue su madre Eva, a no aceptar la subordinación, a buscar la igualdad (Gen. 3.5) y repudiar las responsabilidades que les fueron ordenadas por Dios mismo.

Las responsabilidades de la mujer son inherentes de su subordinación y dependencia. La mujer es una extensión del marido, un miembro de su cuerpo; y el esposo es la cabeza de la mujer (Efe. 5.23); por lo tanto, las responsabilidades femeniles no son demandas injustas, son deberes absolutamente racionales. Y de una vez es conveniente desmentir la opinión popular que estas responsabilidades son obras de amor. No lo son. Son deberes muy independientes del amor. Efesios 5.28 y Tito 2.4 son evidencia contundente de esta verdad. Amar a tu esposo no es el fundamento de un matrimonio, es un deber de ello. Es decir, es tu responsabilidad amar a tu esposo aún cuando no te sientes "enamorada" de él, aún cuando ni te cae bien. Y he aquí el problema con nuestra generación; las personas creen que "no estar enamorados" es una justificación legítima por no cumplir sus responsabilidades matrimoniales. Por esto hay tanto divorcio y cada día se incrementa. Matrimonio es responsabilidad: la responsabilidad de ser fiel, la responsabilidad de servir, la responsabilidad del sexo, la responsabilidad de amar.

Cuando una mujer se casa con un hombre, ella entra voluntariamente (1 Cor. 7.39; Gen. 24.58) en un pacto con su marido. Y este pacto es mucho más que un convenio humano o civil, es un pacto atestiguado (Mal. 2.14) y consumado (Mat. 19.6) por Dios mismo. Los términos de este pacto estipulan que la mujer se ha comprometido cumplir fielmente las responsabilidades bíblicas de una esposa. Mientras vive su marido, ella no es libre ni independiente; está atada a la ley del marido hasta que la muerte los separa (1 Cor. 7.39). Una mujer casada ha optado por los privilegios matrimoniales (compañerismo, protección, hijos, sostén) pero para obtenerlos tuvo que sacrificar los privilegios de la virgen (independencia, individualidad, libertad). Sólo las mujeres necias piensan que pueden tener las dos vidas a la vez. La mujer sabia entiende que para edificar su casa es menester sacrificar su espíritu individualista. La mujer sabia entiende que su responsabilidad es servir a su marido, agradarlo a él (1 Cor. 7.34), honrarlo a él (Pro. 31.23). La mujer sabia entiende que su anhelo debe ser darle bien y no mal todos los días de su vida (Pro. 31.12).

Mujer De Todas Éstas Nunca Hallé.

Tristemente, ni una de mil mujeres en el mundo entienden ni mucho menos aprecian esta responsabilidad. La mayoría creen que esto es retórica anticuada y machista, degradante al sexo femenino. Y aún muchas de las que dicen creer esta doctrina bíblica no son hacedoras de la palabra, sino tan sólo oidoras (Sant. 1.22) y habladoras (1 Jn. 3.18). Sus acciones enuncian fuertemente su rebeldía en contra de su deber y manifiestan el desprecio que sienten hacia la autoridad y el señorío de sus esposos. Para ellas, servir a su esposo es un vestigio de una sociedad antigua, la cual está por desvanecerse. Cada día más mujeres están abandonando sus casas y desatendiendo sus esposos, todo por hallar cumplimiento y satisfacción a través de un empleo o una carrera. Cada día son más la mujeres necias que no entienden que el matrimonio es su carrera, que su esposo es su empleo, que el servicio es su cumplimiento, que la fidelidad a sus deberes es su satisfacción; esto es el propósito de su creación y el designio de su diseño; pero la mayoría de las mujeres no encuentran satisfacción en estas cosas. Las responsabilidades matrimoniales de la mujer les son una carga penosa. Cada día les es aflicción levantarse y enfrentar al quehacer, la comida, los hijos, el servicio, y el deber conyugal.

Los hombres no piensan así. La mayoría encuentran gran satisfacción en el cumplimiento de sus responsabilidades. Trabajar duro, sostener una esposa, proveer por una casa, proteger una familia, aún cuidar a una mujer enferma son como medallas de honor para el hombre. Están dispuestos a hacer grandes sacrificios por la satisfacción de ser fieles a su diseño varonil. De estos hombres sí he hallado, pero entre mujeres no he hallado una entre mil que tenga esta misma apreciación por sus responsabilidades particulares del pacto matrimonial. Las mujeres necias creen tener un buen argumento a su favor en cuanto a esta diferencia entre hombres y mujeres: "Claro que los hombres están satisfechos, pues ellos no tienen que servir, son servidos. Si los papeles fueran invertidos, nosotras también estaríamos contentas." Pero sólo se engañan a sí mismas. Desde el principio, desde que Eva pecó, las mujeres han estado descontentas con su posición. Antes de recibir la maldición de ser enseñoreadas, antes de ser hechas dependientes del hombre, antes de embarazos dolorosos, la mujer estuvo descontenta con su posición. Desde ese día fatal en el jardín de Edén, ellas han codiciado el lugar de otro y despreciado el diseño de su creación; seis mil años no las han mejorado.

Más triste aún es que muchas de las mujeres de ministros también forman parte de esta compañía de mujeres necias. Muchas de las esposas de predicadores, evangelistas, diáconos, y ancianos tienen una actitud hostil contra su papel en el matrimonio y aún contra su propio feminismo. Tarde o temprano esta actitud venenosa influencia sus acciones y entonces, lejos de ser ayuda idónea se convierten en una gotera continua en tiempo de lluvia (Pro. 27.15). Cuando el esposo regresa de la batalla espiritual, de las quejas inmaduras, de las oposiciones vehementes, los ataques degenerantes, de ser empujado, gritado, escupido, golpeado, de ser tentado incasablemente por Satanás; en lugar de hallar reverencia, servicio, paz, y amor encuentra aún más quejas, y demandas, y pleitos, y desquites. Debería ser recibido por una esposa animadora y alentadora, pero no, se topa con una bruja despiadada que se aprovecha de sus heridas y debilidades de guerra y lo aprieta cada día con sus palabras importunándole para "reducirlo a un bocado de pan" y su alma a mortal angustia (Jue. 16.16), con tal de salirse con la suya. Estas mujeres necias ponen mayor importancia sobre sus propios deseos carnales que los deberes espirituales de sus esposos.

Esposas de evangelistas piensan que su propia nostalgia debe ser de mayor consideración que la vocación celestial de sus esposos. Una mujer casada, cualquier mujer casada, ha elegido una nueva familia: Su esposo es su familia. Ella ha renunciado al derecho de vivir con su mamá, y eso posiblemente implica que tenga que mudarse a otra ciudad o aún a otro país. Posiblemente implique que no volverá a ver sus padres por mucho tiempo. Esto es uno de los sacrificios que una mujer hace para obtener los beneficios matrimoniales; y cuanto más la esposa de un evangelista. La labor del evangelista invariablemente los lleva a lugares lejanos de sus familias. Algunas esposas de evangelistas han muerto en un país lejano sin nunca volver a ver sus padres, sus hermanos, sus amigas. No deben sentir ninguna lástima por ellas, ellas escogieron esa vida el día que se casaron. Era su responsabilidad seguir a su marido, servirlo en su ministerio, compartir y colaborar su fidelidad. Reserva tu lástima por aquellas mujeres necias que creen tener el derecho de hundir el ministerio de sus esposos por ningún motivo mayor que el de no ser lo suficiente honrada para respetar su pacto matrimonial. Ellas no sólo tendrán que rendir cuentas a Dios, también pierden la única oportunidad que existe para salvarse de la maldición de la subordinación, y además también se perjudican gravemente en esta vida. Para ellas es la lástima, para ellas es el ¡ay! No sólo para ellas, también para las esposas indignas de los ancianos, de los diáconos, de los profetas, y de los predicadores. Cada una de las que son desleales a su pacto, desleales a su diseño, y desleales a la sangre del testamento por la cual fueron compradas y santificadas y por la cual les fue dada la oportunidad de obtener el galardón de un profeta.

Mujeres, por causa de su propia codicia, inconformidad, rebeldía, y debilidad son relegadas a ministerios subordinados como orar, cantar, y hospedar. No les es permitido predicar, enseñar, y tomar autoridad en la congregación (1 Tim. 2.11, 12; 1 Cor. 14.34). No les es permitido predicar en las calles. Ni aún deben repartir el jugo y el pan en la cena del Señor. Sus oportunidades para ganar galardones y más importante aún, obtener una posición importante en el reino son aparentemente muy pocas. Sin embargo, la promesa de Jesús es que si alguien sirve humildemente y fielmente a un ministro, recibirá la recompensa de un ministro (Mat. 10.41). Hay muchas que no captan la tremenda misericordia de este decreto: Si el lugar de una mujer en el reino fuera determinado por su fidelidad a predicar, enseñar, pastorear, y evangelizar, eso no las haría exentas de sus responsabilidades matrimoniales; aún así tendrían que servir a sus esposos. Pero Jesús tomó la misma maldición de la mujer y la transformó en su mejor oportunidad. No tienes que ser un evangelista para ganar el galardón de un evangelista, sólo tienes que casarte con un evangelista y serle una fiel ayuda idónea. Es decir, sólo tienes que cumplir fielmente lo que ya tenías que cumplir de todas maneras. Por esta razón los versículos que hablan de la sujeción terminan con la frase "como al Señor" (Efe 5.22; Col. 3.18). Sujetarte a tu esposo es un ministerio el cual agrada a Dios (1 Ped. 3.4) y de él recibirán la compensación de la herencia, porque al Señor Cristo servís (Col. 3.24).

En cambio, aquellas mujeres hombrunas que desechan sus responsabilidades matrimoniales y buscan establecer su independencia e igualdad serán frustradas. Estas claramente dan a entender que sus esposos existen para servirles a ellas, que el ministerio de la palabra es la ocupación del marido, y que ellas son independientes y no tienen por qué padecer sacrificio por ello. Todo está bien mientras el ministerio del esposo no se entrometa con sus propios planes y altibajos emocionales, pero ¡ay de él si llega a incomodarlas! Estas esposas perversas están dispuestas a arruinar a su marido, sus hijos, y aun si mismas por defender sus supuestos derechos y ambiciones individuales. Les vale si violan sus votos de matrimonio, les vale si perjudican a la iglesia, les vale si hunden su familia en derrota, les vale si deshonran su propia cabeza con rebeldía y egoísmo, les vale si avergüenzan a su marido cuando él se sienta con los predicadores de la tierra (Pro. 31.23). Lo único que les importa son ellas mismas. Así son la gran mayoría de las mujeres en el mundo; tanto que Salomón afirma que ni una de mil es digna de ser la esposa de un ministro (Ecl. 7.28).

Bien Es Al Hombre No Tocar Mujer.

Por causa de la abundancia de mujeres necias, y la tendencia aún de las sabias de ser engañadas y envueltas en transgresión, es conveniente recalcar que un ministro puede servir a Dios mucho mejor si no se casa. Esta doctrina ha sido relegado al olvido por la mayor parte de los ministros. Solamente es tomado en serio por la iglesia pagana Romana, y ellos la han pervertido en la doctrina diabólica del "voto de celibato" (1 Tim. 4.1-3). Pero en 1 Corintios 7 Pablo no está enseñando ni promoviendo un voto de celibato, y ni él ni Bernabé tomaron tal voto. El dice claramente que las personas que deciden mantener su virginidad para servir al Señor son libres de casarse en cualquier momento que desean (1 Cor. 7.9, 28, 36). Además él declara fuertemente que él y Bernabé también tenían plena libertad de tomar una hermana por mujer. Si fuera un voto, entonces él no tendría esa libertad (Deu. 23.21-23; Ecl. 5.5). Así que, lo que Pablo sugiere no es un voto ni una promesa, lo que Pablo aconseja--tanto a hombres como a mujeres--es una decisión inmediata de permanecer solteros por el tiempo que puedan porque así podrán servir a Dios mejor. A la vez él es diamantino en su insistencia que si les es difícil deben casarse de inmediato; sin pecado, sin lamentos, sin pena; porque esta decisión nunca se debe considerar como un sacrificio sino como una oportunidad. (1 Cor. 7.35).

Es un error común entre Cristianos pensar que Dios desea su sufrimiento, o que el sufrimiento equivale o acarrea espiritualidad. El sufrimiento sin causa no es más que sufrimiento; sufrimiento en sí mismo es vanidad (Ecl. 2.23). Para que el sufrimiento tenga algún valor tiene que ser padecido injustamente en nombre de Jesús (1 Ped. 4.13-16); o tiene que ser padecido inevitablemente para el provecho de otros (Heb. 11.37-40); o tiene que ser padecido invariablemente sin vacilar de la fe (Gal. 3.1-4; Sant. 5.11); o tiene que ser padecido inoportunamente para obtener una mejor promesa (Heb. 11.35). De otra manera, el sufrimiento sólo es una consecuencia merecida directa (1 Ped. 4.15) o indirecta (Heb. 12.5, 6; Gal. 6.7; Mat. 26.52) de nuestra maldad. Es precisamente para evadir sufrimiento por lo cual Pablo aconseja que es mejor permanecer soltero--bueno, por dos razones: por la necesidad que apremia (1 Cor. 7.26) y para evadir sufrimiento (1 Cor. 7.28). Simplemente declarado: El matrimonio es problemático. Matrimonio es una controversia latente de poder devastadora entre dos voluntades. Matrimonio es las dos personas que mayor daño se pueden hacer encerrados juntos hasta la muerte. Aunque el matrimonio sí puede ser muy bueno, la mayoría de matrimonios son una tragedia. Algunos al casarse encuentran una buena cosa, pero generalmente los tales tienen aflicción de carne (1 Cor. 7.28).

Los jóvenes se casan convencidos que el matrimonio es la solución de sus problemas. Los hombres por el sexo y las mujeres por el compañerismo. Pero después que se pasa la emoción de la "luna de miel" los dos se dan cuenta que el matrimonio no es la solución que esperaban de esas necesidades. Las mujeres no tienen un deseo sexual compatible con los hombres, y los hombres prefieren el compañerismo masculino que la plática de mujeres. Dentro de dos meses, dos personas que no podían aguantarse las ganas de casarse, ya no pueden aguantarse las ganas de cazarse. Su mundo de fantasía, donde todos viven felices para siempre se esfuma en una pesadilla de emociones subibajas. Sí hay excepciones, pero la proporción de buenos matrimonios y malos matrimonios está decididamente a favor de los malos. Y aún los mejores matrimonios tienen problemas; aún los mejores matrimonios tienen que aprender a aguantarse; aún los mejores matrimonios corren el riesgo del divorcio. Y los jóvenes con deseo de un ministerio se casan casi completamente ciegos de que las probabilidades están mayormente en su contra. Además ignoran un detalle muy importante: Matrimonio hoy en día no es lo que era antes. En el matrimonio de hoy, el hombre no es la verdadera cabeza del hogar. Aunque así debería ser, aunque así lo ordena la Biblia, ya no es la realidad de nuestro día.

Muchos hombres aún viven en este mundo de fantasía donde el varón es el que manda; pues, ya es hora que despierten del sueño. Los únicos hombres que mandan en su hogar, son aquellos que tienen esposas que se los permiten. La sociedad moderna está categóricamente en contra de los hombres. Una mujer no tiene que hacer nada que le manda su esposo. Aún si sus propios hijos lo desafían, hay muy poco que él les puede hacer sin correr el riesgo de ser demandado. Una mujer puede negarle a su esposo la relación sexual por semanas, o hasta meses sin consecuencias--es el supuesto derecho sobre su propio cuerpo--pero si el esposo le niega comida por un día, ella le puede exigirle el divorcio, enjuiciarlo, y encarcelarlo; y no hay nada que el hombre puede hacer de ello. La mujer puede insultarlo, desmoralizarlo, humillarlo pero sí él trata de hacer valer su autoridad de cualquier manera decisiva ella lo puede destruir. La sociedad protege a mujeres rebeldes y emascula a los hombres de su capacidad divina de mantener control de su hogar y exigir la satisfacción justa de sus necesidades. La sociedad condena a los adúlteros (justamente) pero a la vez promueven la infidelidad al fomentar la defraudación de la debida benevolencia. Hermano soltero, si esto no te asusta, si esto no te hace reconsiderar tu deseo de casarte eres un tonto. Cualquier hombre que desea contraer matrimonio debe reflexionar profundamente sobre estas verdades. En el matrimonio de hoy la mujer no tiene deberes, sólo derechos. En el matrimonio de hoy el hombre no tiene derechos, sólo deberes. No es justo y no hay nada que puedes hacer al respecto. Y muchas son la mujeres, muchas son las mujeres Cristianas, que se aprovechan de esta injusticia.

Son estas realidades brutales las cuales motivan a Pablo proponer la vida soltera como una opción viable para hombres tanto como para mujeres, y cada día es más recomendable. Cada día las tentaciones sexuales que comúnmente arruinan a ministros se incrementan. Aunque muchos consideran el matrimonio como una protección contra estas tentaciones--y lo debiera ser (1 Cor. 7.2)--muchas veces no es así. Tener una esposa la cual no cumple su deber conyugal es hasta más difícil que ser soltero. Es mucho más frustrante tener algo que no puedes tocar que no tener nada. El soltero sabe que la relación sexual no es para él y por lo tanto puede así ordenar su vida--tirando la televisión, deshaciéndose del Internet, no viendo películas, guardándose de situaciones comprometedoras, manteniendo un régimen espiritual estricto, guardando compañía continua con otros solteros espirituales... y por el estilo. Pero, el casado tiene que ver una mujer todos los días, la ve bañarse, vestirse, y acostarse; además por ella casi es inevitable tener una televisión y otras fuentes comunes de tentación--especialmente en el caso de una mujer tan perversa como la que no satisface las necesidades de su esposo. Y peor aún, rehusar el deber conyugal no es una razón legítima para divorciarse. Por lo tanto, cuando un hombre se casa, corre el riesgo de vivir el resto de su vida con esta frustración. Los que tienen la desgracia de vivir bajo estas condiciones entienden completamente el espanto de los apóstoles ante la doctrina rígida de Jesús tocante al divorcio (Mat. 19.10): "Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse."

Además de la tentación sexual, también hay otras consideraciones las cuales manifiestan la sabiduría del consejo de Pablo. Cada día hay menos buenas mujeres. Nuestra sociedad lucha por afeminar a los hombres y hacer hombrunas a las mujeres, y es muy exitosa. La posibilidad de encontrar una mujer del calibre de Abigail (1 Sam. 25) o Ruth en este siglo es aún más escasa que lo fue en los días de Salomón (Ecl. 7.28). Los que planean casarse, de una vez háganse a la idea que tendrán aflicción de carne. También cada día hay más ataques en contra de las virtudes y responsabilidades bíblicas de una esposa. Los vecinos, las amigas, la familia, las religiones, y aún el gobierno les dice que no se dejen; que no tienen porqué someterse, ni porqué quedarse en casa y criar sus hijos. Las mujeres que en realidad desean ser buenas esposas son sometidas a tremenda presión. Son consideradas tontas y esclavizadas. Sus amigas y aún muchas de las hermanas de sus iglesias les tienen simpatía, y eso provoca que sientan lástima por si mismas, la cual invariablemente les defrauda de su gozo y recompensa. Otra consideración es la preocupación de Pablo de que un ministro, que en realidad entiende la naturaleza de la guerra en la cual está y la brevedad del tiempo que le resta, afligirá su espíritu y en gran parte anulará sus intenciones tratando de servir a dos señores: Jesús y su esposa. Los sinceros se sentirán algo frustrados por ver que no les es posible dedicar el tiempo adecuado a la obra ni a la familia; que los dos toman precedencia y a la vez los dos sufren (1 Cor. 7.32-34).

Aparte de las consideraciones negativas, también hay algunas consideraciones positivas muy persuasivas. Por ejemplo, el soltero tiene la plena libertad de experimentar la bendición de ofrendar todo lo que posee a Jesucristo. El casado no puede, pues tiene una familia que alimentar y vestir y alojar, pero el soltero puede vender todo lo que tiene y darlo a la obra de Dios, o aún a los pobres. Pueden tomar la cruz de Cristo en su sentido más completo, más perfecto--dejándolo todo y siguiendo a él--llenando lo que falta de sus aflicciones. El soltero tiene la libertad de dedicarse completamente a la obra de Dios. Puede viajar a dónde Dios le llama sin la más mínima preocupación. Puede vivir en un cuarto pequeño, dormir sobre el suelo, comer frijoles directamente de lata sin calentarlos, cargar todas sus posesiones en una bolsa de plástico, ofrendar la mayor parte de su dinero, y sentirse completamente libre de ser encarcelado por el evangelio, o hasta morir. El soltero puede unirse a un grupo de solteros y viajar de ciudad en ciudad predicando, enseñando, y estableciendo iglesias con una velocidad de vértigo. Pueden vivir todos juntos, tener todas las cosas en común, y entrenar a los que son más jóvenes en la obra del Señor. No me refiero a solteros adolescentes sino hombres ya adultos de treinta o cuarenta años, tal como lo hacían Pablo y Bernabé (Hec. 20.4; Hec. 20.34; Rom. 16.21; Hec. 27.2; Flm. 24; 2 Cor. 8.23, 24).

No niego, ni tampoco lo niega Pablo, que la vida de un ministro soltero no es para todos. Jesús mismo dijo que no todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado (Mat. 19.11). Pablo lo llama el "don de continencia" (1 Cor. 7.9) y afirma que no todos lo tienen (1 Cor. 7.7). Así que, no trato de presionar a ninguno ni ponerles lazo, sino para vuestro provecho, para que sin impedimento os lleguéis al Señor (1 Cor. 7.35). En el momento que te casas pierdes tu independencia, y sí te casas con una mujer necia es muy posible que perderás tu ministerio. Así que, píensalo bien. Si decides permanecer soltero por ahora, siempre te podrás casar mañana; pero si te casas hoy, nunca podrás regresar. Cada joven cristiano debe tomar este consejo de Pablo en serio, y seriamente juzgar si esa es la mejor vida para él. No se deben apresurar a casarse, los tales muchas veces terminan odiando su propia vida. Es mucho mejor querer lo que no tienes que tener lo que no quieres. Los hermanos--y hermanas--que sí deciden permanecer solteros para servir al Señor necesitan pedir diario que Dios acrecienta su fe, para tener siempre presente la necesidad que apremia, siempre visible el Invisible, y siempre alcanzable la remuneración; sin los cuales el deseo de lo que pudiera ser y la codicia de lo que se quisiera les consumirá con demasiada tristeza. Y esta decisión no debe ser una de tristeza ni sacrificio, debe ser una de gozo y oportunidad. Si no lo es, cásese.

Se continuará...