La Epístola

Apartado 432

Administración 1

Morelia, Mich. CP 58001

#93 Mayo, 2002

Impreso en México

 

Noticias

Guadalajara: Conferencia de exhortación desde jueves 2 de mayo hasta domingo 5 de mayo. Predicará Flavio Santoyo.

León: Reunión de predicadores, domingo 19 de mayo, en casa de Juan Córdova, la comida empieza a las 4 pm y la reunión a las 5 pm.

Querétaro: Conferencia de exhortación desde jueves, junio 6 hasta domingo junio 16 (10 días), con predicador Lyndell Kincaid de San Antonio. Todas las noches a las 7:30, domingo 9 de junio a las 10:00 AM y a las 6:30 PM, y el domingo final a las 10:00 AM.

Morelia: Convivio de jóvenes el sábado 29 y domingo 30 de junio. Visitará a Morelia los jóvenes de Aguascalientes. Enseñanza por Guillermo Kincaid empezando el sábado a las 12 (mediodía), y otra vez el domingo terminando la reunión de la mañana.

Celaya: Conferencia de evangelismo extranjero, desde domingo, 11 de agosto hasta domingo, 18 de agosto. El horario:

Domingo 11, 10:00 AM Marco Chaires, Juan Castillo

Domingo 11, 7:00 PM Marco Chaires

Lunes 12, 7:00 PM Rolando Espada

Martes 13, 7:00 PM Juan Castillo

Miércoles 14, 7:00 PM Rolando Espada

Jueves 15, 7:00 PM Memo Kincaid

Viernes 16, 7:00 PM Marco Chaires

Sábado 17, 7:00 PM Memo Kincaid

Domingo 18, 10:00 AM Juan Castillo, Memo Kincaid

Querétaro: Taller de mujeres, enseñado por Deborah Kincaid, desde viernes 13 de septiembre hasta domingo 15 de septiembre, las tres tardes a las 6:30 PM. Para información sobre la oportunidad (necesidades, costos) para hermanas de asistir de otras ciudades, favor de llamar (lada 442) al hermano Hugo Moreno (243-9207), Juan Girón (220-7532) o Marco Chaires (243-4286). Hermano, si tu mujer desea asistir, y algo estorba, te sugiero que elimines cualquier estorbo, aún si esto significa que tú cuidas los niños (!qué horror!). En mi opinión, este taller es mas por tu bien que por el de ella, así que, no solamente debes facilitar que asista, sino debes exhortarla, o aun mas, insistir que asista.

Siguiendo Protocolo

(Serie "Ministerio Sin Vituperio" Parte Cuatro)

Por M. N. Jackson

13 Porque no os escribimos otras cosas de las que leéis, ó también conocéis: y espero que aun hasta el fin las conoceréis:

2 Corintios 1

El ministerio nuestro ha sido vituperado por ministros que desechan el protocolo bíblico y establecen el suyo propio. Esta renegación del protocolo bíblico mana de un menosprecio hacia la misma Escritura — un menosprecio de su plenitud, exactitud, pertinencia, e intemporalidad. El ministro que rehúsa inquirir diligentemente por el protocolo bíblico y seguirlo estrictamente, claramente da a entender que las Escrituras no son más que un símbolo de la religión Cristiana. Un libro anticuado cuya única función actual es teatral; un objeto en el escenario; se abre, se "lee", y se "cita" pero sólo porque así nos indica el guión. El ministerio moderno emplea la Biblia como una bandera, o una mascota que indeterminadamente representa su ideología. Él la alza en alto, la saluda, y le rinde homenaje — pero sólo de dientes para fuera, su corazón lejos está de ella. Los ministros de hoy manipulan las Escrituras de la misma manera que un político manipula estadísticas, o un vendedor las sumas (las sumas no mienten, pero mentirosos sí suman). Le dan muy poca importancia a lo que en verdad significa, más interesados en forzarlo a comprobar su ideología personal e impulsar sus aspiraciones individualistas. Para muchos la Biblia no es más que su filacteria y sus flecos (Mat. 23.5); lo que cargan y presumen para aparentar ser más apegados a Dios y su verdad. Por manos de muchos la Biblia ha sido martillada en forma de una cachiporra para descalabrar a sus victimas, y en un escudo para defender sus interpretaciones particulares. En sus manos la Biblia es convertida en mera "plastilina," la cual moldean y acomodan alrededor de sus opiniones y prejuicios personales.

Los que hacen esto vituperan el ministerio. Los ministros de Dios somos sus mayordomos (Luc. 12.42), sus dispensadores (1 Cor. 4.1), sus embajadores (2 Cor. 5.20) — todas estas descripciones nos enseñan una verdad contundente: Somos llamados a hablar la palabra de Dios y no nuestras propias palabras de humana sabiduría (1 Cor. 2.4, 13). Nuestra vocación es la de enseñar a los hombres la voluntad de Dios revelada en las Escrituras, no nuestras propias ideas y conceptos. Esto debe ser una responsabilidad obvia, sin necesidad de ser recalcada, pero encuentro en el ministerio de muchos de ustedes es tristemente muy necesario. Yo he observado entre nosotros una grave negligencia de la Biblia y del protocolo que ella especifica con relación a muchos temas — desde confrontación personal hasta disciplina publica, el manejo de las ofrendas hasta la ordenación de ancianos. Yo les protesto que esto es inexcusable, y no sólo porque somos ministros y tenemos la responsabilidad de conocer y seguir la palabra de Dios. Es inexcusable porque nosotros tendemos a juzgar tan severamente a los hermanos denominacionales que no siguen el protocolo bíblico en cuanto al nombre de Jesús, la reunión abierta, el gobierno de la iglesia, y otras muchas doctrinas que nosotros presumimos haber visto claramente. Es fácil, parados afuera y mirando hacia adentro, juzgar a estos hermanos por su miopía, pero ¿cuánto más culpables somos nosotros cuando cometemos lo mismo que juzgamos (Rom. 2.1)? A ellos les acusamos de ciegos, así enfáticamente declarando que nosotros sí vemos — y si vemos entonces nuestro pecado permanece (Jn. 9.41), somos inexcusables.

Dios no nos ha dado la libertad de inventar nuestros propios métodos ni escribir nuestros propios mandamientos. Al aceptar el ministerio nos sujetamos a las Escrituras como la suprema autoridad en toda cuestión de fe y práctica. Este precepto fue una de las tres doctrinas principales de la Reforma. Los reformadores las llamaban, "Sola gratia," "Sola fide," y "Sola Scriptura" (Sólo gracia, Sólo fe, y Sólo Escritura). Armados con esta doctrina hirieron mortalmente al gobierno totalitario del clero Católico, enseñando que todo hombre es mentiroso, Dios verdadero (Rom. 3.4) y que es maldito el hombre que confía en varón (Jer. 17.5). Rechazaban las pretensiones de infalibilidad del obispo de Roma, y acertaban que las Escrituras eran lo único infalible. Pero "Sola Escritura" es más que una lema histórica y debe ser más que un slogan nostálgico; debe ser una realidad — el timón que dirige nuestro ministerio cotidiano. El juez debe saber y practicar la ley, el doctor la medicina, y el ministro la Biblia. Si tu deseo es hablar tus opiniones personales entonces debiste ser psicólogo. Cuando un ministro habla, debe hablar conforme a la palabra de Dios (1 Ped. 4.11). Este ha sido el conflicto entre Dios y los profetas a través de la historia. Repetidamente Dios exige que sus profetas hagan oír al pueblo sus palabras. El no requiere que sean "listos" ni "creativos," él sí requiere de los dispensadores que cada uno sea hallado fiel (1 Cor. 4.2); fiel en anunciar su palabra sin añadir ni quitar. A pesar de tu opinión elevada de tu propio valor, tú no eres esencial a la obra de Dios, pero la palabra de Dios sí lo es. Un "buen" profeta que predica su propia opinión no logra nada, pero un falso profeta que hace oír las palabras de Dios hará a los oyentes volver de su mal camino (Jer. 23.21, 22). Por esto el profeta de Dios debe ser un experto en la palabra de Dios y celosamente aferrado a ella.

Es una vergüenza que entre nuestras iglesias hay pocos — si es que hay — que se dedican a conocer las Escrituras profundamente para poder dar respuestas y soluciones bíblicas a las diversas situaciones que se presentan en la iglesia y en las vidas de los hermanos. Pablo exhortó a Timoteo a esto mismo diciéndole que necesitaba ocuparse en leer (1 Tim. 4.13) y en trazar bien la palabra de verdad (2 Tim. 2.15). Pablo mismo se regía por este mismo parecer y por eso pudo afirmar que no escribían otras cosas de las que leían y conocían; hasta tal grado que dijo que si él les anunciaba otro evangelio que les había anunciado, sea anatema (Gal. 1.8, 9). Todos los ministros, tanto apóstoles del primer siglo como predicadores del siglo 21, tenemos que asentar de la misma manera a las sanas palabras del Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad (1 Tim. 6.2). Obviamente una gran parte de ustedes no han considerado seriamente la importancia de este tema. Los mismos problemas innecesarios que cada una de las iglesias tiene es evidencia de esta negligencia. Yo sé que en toda iglesia hay problemas, y sé que es necesario que las hay, pero los escándalos de los cuales nuestras iglesias rutinariamente padecen muchas veces son problemas absurdos, provocados por una ignorancia injustificable y un desprecio inexcusable del protocolo bíblico. Nuestras respuestas y soluciones demasiadas veces son gobernadas meramente por lo que es más práctico, más razonable, más factible, más económico, más apremiante; cuando la consideración que más importa es lo que es más bíblico.

Incredulidad

Hay algunas razones obvias por este desprecio hacia el protocolo bíblico. Una es falta de fe que la Biblia en verdad contiene respuesta a toda pregunta y la solución para todo problema. La motivación por dedicarse a leer, estudiar, y conocer la Biblia es una fe firme en la afirmación que toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra (2 Tim. 3.16). Una Biblia sin las respuestas implica un Dios que se ha dejado sin testimonio, sin voz, sin opinión, y sin presciencia. Una Biblia sin las respuestas para nuestro día es una Biblia muerta e inútil, tanto como los viejos escritos cuneiforme: leídas y estudiadas sólo por su valor histórico, sin ninguna autoridad actual — como la muy admirada y alabada, pero completamente inútil ley de Hammurabi. Las leyes y escritos de los hombres son muertos y siempre están pasando de moda, pero la palabra de Dios es viva y eficaz. La Biblia ve el futuro (Gal. 3.8), habla en tiempo presente (Gal. 4.22-31), y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb. 4.12). No hay cosa criada que no sea manifiesta en su presencia (Heb. 4.13). Si estas Escrituras no tienen la respuesta, nadie la tiene. Pero por fe entendemos, confiamos, y afirmamos que la Biblia sí tiene la respuesta; y los ministros sí necesitamos respuestas. No podemos nada mas pararnos con una cara de zonzos, encoger los hombros, y rascarnos la cabeza. Dios habla al hombre en una o en dos maneras (Job 33.14-22), por sueño, por visión, por enfermedad, mas el hombre no entiende. Por eso Dios nos ha ordenado como ministros, sus elocuentes anunciadores muy escogidos, para anunciar al hombre su deber y la solución que Dios ha provisto (Job 33.23, 24); pero para eso tenemos que estar en su secreto y confiar implícitamente en la viabilidad y el poder de su palabra.

Al riesgo de aparentar paradójico, es necesario aclarar que no toda pregunta tiene "una respuesta," ni todo problema tiene "una solución." Es decir, hay situaciones donde no hay soluciones ideales ni respuestas deseables. Personas se pueden meter en problemas tan enredadas y perversas que no hay una salida buena; en estas circunstancias es necesario escoger el mejor de varios males. Esto ni es culpa de Dios ni es una deficiencia de la Biblia, es porque todo pecado tiene consecuencias inevitables. El papel principal de la Biblia no es él de una red de seguridad para salvarnos de las consecuencias cuando caemos de la cuerda floja de la santidad, sino la vara que nos permite mantener nuestro balance para no caer — "no nos metas en tentación" (Mat. 6.13). La Biblia es inspirada divinamente — proviene de la mente de un Dios santo — y el lema que caracteriza sus contenidos, su estilo, y su meta es, "Sed santos, porque yo soy santo" (1 Ped. 1.16). Por lo tanto, la Biblia ofrece muy pocos planes detallados de contingencia. Esta es una de las grandes motivaciones a no apartarnos ni a diestra ni a siniestra de sus mandamientos (Deu. 5.32), pues, entre más lejos nos desviamos del camino angosto que la Escritura nos señala, más limitadas y menos ideales son las soluciones posibles. Sin embargo, aun en estas situaciones difíciles Dios no se ha dejado sin testimonio. Bien que es cierto que no hay respuestas ni soluciones "empaquetadas" para muchas preguntas y problemas, pero la Biblia sí nos prescribe principios doctrinales y verdades prácticas que nos indican claramente las mejores respuestas bajo las circunstancias. Por ejemplo: La persona más madura es más responsable (Rom. 15.1); O, es mejor ser defraudado que defraudar, y es mejor ser defraudado que pelear con hermanos (1 Cor. 6.7). Por lo tanto, en toda situación y por toda pregunta, la respuesta sí la encontramos en las Escrituras.

Soberbia

Una segunda razón por despreciar el protocolo bíblico, y de la cual ya aludí, es la soberbia; el opinar que uno mismo es lo suficiente sabio o espiritual como para resolver por sí mismo las circunstancias adversas que se presentan en la iglesia y en la vida. Esta soberbia es el ímpetu detrás tantas malas decisiones y las catástrofes resultantes. Somos como el protagonista que llega a creerse la encarnación de su papel sobrehumano, o el político que le cree a su propia propaganda utópica. Por esto Pablo contundentemente desinfla nuestro "ego," obligándonos a admitir que no somos muchos sabios, poderosos, y nobles (1 Cor. 1.26). Y por si eso no fuera suficiente, él "mete su dedo en la llaga" aseverando que nosotros somos lo necio, lo flaco, lo vil, y lo que no es (1 Cor. 1.27, 28). Es ya hora que los ministros admitamos no ser muy inteligentes ni muy sabios y que le pidamos a Dios sabiduría, el cual da a todos y no zahiere (Sant. 1.5). Cualquier sabiduría que podamos emplear en el ministerio tendrá que venir de Dios, y todo lo que de Dios viene, viene a través de los medios que Dios emplea. Nuestro pan cotidiano viene por medio del trabajo (2 Tes. 3.10), fe es por el oír (Rom. 10.17), y sabiduría es por la palabra de Dios (Sal. 19.7). Somos como el hombre que se encuentra en peligro de ahogarse, el cual rechaza la ayuda de un salvavidas, un barco, y un helicóptero por su firme convicción que Dios lo salvará. La respuesta a nuestra petición por sabiduría ya nos es dada: Es su Palabra, la Biblia. El ministro que reconoce humildemente que las Escrituras son completas y suficientes y se dedica a conocerlas, estudiarlas, y meditar en ellas podrá decir confiadamente: Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque me son eternas. Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos (Sal. 119.98-100). Lectura constante, estudio concentrado, meditación profunda, fe implícita, y sujeción humilde a la palabra de Dios es lo que nos hará sabios; pero la soberbia es el vehículo de la necedad.

El misterio es, ¿por qué somos tan soberbios? ¿Qué nos hace pensar que nosotros, de nuestra propia sabiduría podemos resolver la más pequeña pregunta o el problema más inocente? Después de considerar la catástrofe que fue nuestra vida pasada y el desorden controlado que es nuestra vida presente, ¿de dónde salen estas ilusiones de grandiosidad? La única victoria que tenemos en nuestras vidas personales es consecuencia de haber obedecido humildemente el protocolo bíblico, el cual nos fue enseñado por un ministro de Dios. Cómo criar nuestros hijos, cómo tratar a nuestra esposa, cómo portarnos en el trabajo; no hay una sola cosa buena en nuestra vida que tenemos por nuestra sabiduría ni nuestras respuestas y soluciones. Nosotros somos como el "Anti-Midas" — todo lo que tocamos se convierte en estiércol. Todos lo pueden ver menos nosotros mismos. Somos como el ministro que estaba confesando su soberbia a la congregación cuando una hermana anciana, tratando de animarlo, exclamó, "¡Pues, yo no veo nada de que tienes para ser soberbio!" Somos tan soberbios, tan sabios en nuestra opinión, y con ninguna base legítima. Nuestras "respuestas" son recetas para el desastre y es ya hora que lo admitimos y que cedemos el lugar a las Sagradas Escrituras, las cuales nos pueden hacer sabios para la salud por la fe que es en Cristo Jesús (2 Tim. 3.15).

"Síndrome Secuaz"

Una tercera razón es conocida como "La Síndrome Secuaz." Aceptamos como verdad lo que hemos sido enseñados sin averiguar por nosotros mismos si estas cosas son así (Hec. 17.11). Yo soy uno de los primeros en argumentar a favor de la ortodoxia [Adherirse a la doctrina que recibimos (2 Tes. 3.6; Jud. 1.3; Rom. 16.17).], pero ortodoxia sólo es valida cuando es la doctrina enseñada por Jesús y sus profetas. Sí tenemos que seguir las enseñanzas de los hombres, pero solamente si son conforme a las Escrituras. Así que, aunque no tenemos la libertad de inventar nuestra propia estructura doctrinal, sí tenemos la responsabilidad de asegurar individualmente si la que hemos recibido es bíblica. Nadie puede pedir ni mucho menos exigir que aceptemos sus doctrinas, enseñanzas, ni consejos sin que antes escudriñemos las Escrituras si esas cosas son así (Hec. 17.11). Cualquier que se ofende o se niega proveer el "libro, capítulo, y versículo" que apoya lo que dice no es digno de confianza. Por ser un Cristiano, tú eres responsable por lo que tú crees, sin importar quien te enseñó, ni quien te engañó. Dios te ha dado una voluntad independiente y la libertad de ejercerlo; si tu decides aceptar ciegamente lo que otros dicen, eso es tú decisión y tú eres responsable por ella. Pero como ministro, también eres responsable de pastorear la grey de Dios conforme la palabra de Dios. Es tú responsabilidad enseñar la verdad, así que, más vale que aseguras conocer la verdad.

Pedir consejo de otros hermanos de cómo tratar una situación es bueno, pues la salud está en la multitud de consejeros (Pro. 24.6), pero el simple hecho de que muchos están de acuerdo no significa que tienen la razón. Los ancianos Eliphaz Temanita, Bildad Suhita, y Sophar Naamatita todos estaban de acuerdo en su consejo contra Job, y todos estaban equivocados. Fue Eliú hijo de Barachêl, un joven, que entendía el problema y contestó correctamente a Job. Nosotros tenemos que pesar la tradición que tenemos y el consejo que recibimos y averiguar su validez comparándola con las Escrituras. No tengas temor de cuestionar la enseñanza de algún hermano, ni exigir que te lo compruebe con "libro, capítulo, y versículo," y lo mismo deben hacer las personas que reciben consejo de tu boca. Sí debemos imitar a nuestros pastores, pero solamente después de haber considerado el éxito de su conducta (Heb. 13.7). Los Cristianos sí somos seguidores, pero somos seguidores entendidos. Ejercemos fe, pero no "fe ciega." Nuestra fe se fundamenta sobre evidencia que podemos ver y comprobar. Los que creen ciegamente tropiezan y caen (Mat. 15.14), los de verdadera fe se fundamentan en las evidencias de lo invisible, las cuales se echan de ver desde la creación del mundo (Rom. 1.20). La fe es como el arca de la alianza, el cual estaba en el lugar santísimo donde nadie lo podía ver; pero sacaban las varas un poco fuera del velo para dar evidencia que todavía estaba allí (1 Rey. 8.8). Hay muchas cosas que tenemos que aceptar por fe, pero las aceptamos por fe evidenciada y comprobada por la palabra de Dios escrita. Si no quieres caer juntamente en el hoyo del error, no sigas ciegamente a nadie, ni aún a tu padre en la fe. ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido (Isa. 8.20).

Oportunismo

Otra es razón es el oportunismo natural de cual todos los humanos padecemos, es decir, buscar el fin más fácil y rápido sin importar los medios empleados. Pensamos que no importa qué respuesta damos ni como llegamos a esa conclusión con tal que resulta bien para los afectados. Nuestra idea es que si no hay lesión, tampoco hay falta. Pero Dios no sólo tiene un fin a la cual él quiere que lleguemos, sino también un medio por el cual debemos llegar. El camino por el cual él nos lleva es igual de importante que la meta a la cual él quiere que lleguemos (Jer. 6.16). La manera que lidiamos es igual de importante que la victoria que ganamos (2 Tim. 2.5). Aunque Moisés alcanzo la meta de sacar agua de la piedra por segunda vez, eso no lo justifico por desobedecer el mandato de Dios, el cual fue hablar a la piedra (Num. 20.8-11). Por su desobediencia él fue excluido de la tierra prometida, a pesar de su aparente éxito (Num. 20.12). Vemos que Moisés entendió la meta inmediata (satisfacer la sed del pueblo) para la cual su método sirvió, pero Dios tuvo una meta mas importante (alegorizar el perdón y comunión del ya creyente por medio de la comunicación directa con Jesús y no con un segundo golpe — muerte) para la cual sólo su medio prescrito servía. Tantas veces los ministros sólo pueden ver la oportunidad de solucionar el problema rápidamente y no alcanzan ver que Dios tiene otro plan más tardado y quizá no tan fácil. Es comprensible que nosotros no vemos estos designios de Dios, pero por eso se nos ha dado las Escrituras y el mandato de trazarlas diligentemente. No podemos tomar por hecho fácil ninguna circunstancia ni problema, sino que debemos inquirir diligentemente en los detalles de la cuestión y luego trazar la mejor respuesta de las Escrituras. Así no le robamos a Dios la oportunidad de hacer algo mucho mejor y mucho más importante que sólo "arreglar un problema." Y aun si se trata de sólo arreglar el problema, las soluciones de Dios son mucho más permanentes que las soluciones de los hombres.

Un ejemplo es el deseo de todo ministro de arreglar todo, prevenir todo, corregir todo. Piensan que tienen que tener una solución activa por cada situación, cuando a veces la solución bíblica es permitir que vengan escándalos (Mat. 18.7). A veces la solución bíblica es permitir que alguien sufre una injusticia o que sea injuriado (1 Cor. 6.7). Solamente es por la adversidad que la sinceridad es certificada y la caridad es permitida florecer. Indudablemente esto es contrario a nuestra reacción natural, pero muchas veces es la voluntad de Dios perfeccionar a sus hijos por sufrimiento (Heb. 2.10) y enseñarles la obediencia por medio de padecer por mano de la injusticia (Heb. 5.8). ¡Qué complejas son los problemas que confrontan al ministro de Dios! Y esa complejidad es magnificada por la consideración que puede haber distintas respuestas a problemas aparentemente similares. Por ejemplo cuando Pablo circuncidó a Timoteo por causa de los Judíos (Hec. 16.2), pero rehusó circuncidar a Tito por causa de los Judíos (Gal. 2.4). Nosotros también seremos confrontados con situaciones difíciles que a simple vista pueden ser resueltos fácilmente con una solución "empaquetado" de nuestro repertorio. No seamos engañados a precipitarnos en implementar una solución fácil y rápida solamente porque es más conveniente. Cuando somos confrontados con una situación debemos tomar el tiempo necesario para entenderlo, contemplarlo, y buscar la respuesta más propicio. Debemos avalarnos de las Escrituras y seguir fielmente el curso que ellas nos trazan, aun si nos cuesta más trabajo, es más tardado, y no entendemos el razonamiento detrás de la respuesta.

Pereza

Una última razón, y la razón más probable es la simple pereza. Somos flojos y por lo mismo es más fácil aventar una solución, cualquier solución, en vez de inquirir cuidadosamente en las Escrituras por la respuesta de Dios. Esta pereza es uno de los peores problemas, por no decir el peor, del ministerio de nuestras iglesias. Tantas prácticas malas, tantas decisiones malas por ningún otro motivo más que la pereza de los ministros. No quieren invertir el tiempo y el esfuerzo en hacer las cosas bien. Para esto no hay excusa, es completamente deplorable, y debe dar vergüenza a aquellos quines son culpables. Unos argumentan que así es la cultura, otros que así fueron enseñados, otros que es porque no fueron enseñados, otros que es por la falta de un papel varonil dominante en las vidas de los jóvenes, y otros que es por la "sobre-dominancia" de la madre en el hogar; pero todo estos son las lágrimas de los chillones. Cada uno de ustedes ministros son ya hombres con la capacidad de hacer y ser cualquier cosa que desean. Lo único que les impide es su propia irresponsabilidad; siempre echando la culpa sobre otros, nunca aceptando responsabilidad por sí mismos. Siempre esperando que otros hagan sus deberes. Dilatando hasta el último momento y más, esperando que la responsabilidad mágicamente desaparecerá, y por ninguna otra razón más que la abominable pereza. Dados la opción prefieren descansar en la derrota que trabajar en la victoria. Discuten sobre la responsabilidad en vez de competir por la oportunidad, y ¡qué alivio les es cuando hay un "voluntario habitual" que quiere la carga y anhela la obra! Rápidamente le ceden todas sus responsabilidades, más que dispuestos a sentarse en la sombra y mascullar porras casuales; creyéndose muy listos, muy vivos por ser ministros sin tener que ministrar, obreros sin tener que obrar.

Ustedes ignoran que para recibir los frutos el labrador primero tiene que labrar (2 Tim. 2.6)y que para ser coronado el atleta tiene que competir (1 Cor. 9.24), y para recibir honra — y ofrendas — el ministro tiene que trabajar (1 Tim. 5.17). Ningún ministro perezoso tiene derecho a recibir un centavo ni el mismo respeto que es dado a la persona más joven de la iglesia. La única razón que algunos de ustedes reciben ofrendas es porque la iglesia no sabe que ellos no son obligados ofrendarles si no son trabajadores. Hoy se los advierto a ustedes, y pronto lo sabrán las iglesias; entonces la extorsión terminará. Les advierto que una vez que han torpedeado su ministerio, no podrán suscitarlo del naufragio. No deben considerar la paciencia y longanimidad de la iglesia y de Dios como licencia para continuar en lo mismo. Esas riquezas de benignidad, paciencia, y longanimidad te guían al arrepentimiento (Rom. 2.4). Aprecien como medalla de oro el ejercicio tedioso que es la preparación, el estudio, la meditación, la oración, el ayuno. Aprenden a amar el trabajo del ministerio y luchen por la oportunidad de servir a Dios y a la iglesia — recuerda, ganadores quieren el balón. Pero no demores, él viene presto y su galardón con él, para recompensar a cada uno según fuere su obra (Apo. 22.12).

Seguir fielmente y constantemente el protocolo bíblico es una virtud adquirida por medio del ejercicio y la disciplina. Disciplina de no aceptar nada por hecho; ejercicio de exigir que todo sea comprobado; tanto lo que otros hacen y enseñan como lo que tú mismo enseñas y haces — libro, capítulo, y versículo. Requiere la madurez de aceptar la responsabilidad de tu propio ministerio, y entender que es tú deber saber las respuestas que afectan los miembros de tu congregación. Requiere la sabiduría de saber ser pronto para oír, tardío para hablar, y tardío para airarse — no dando respuestas basadas sobre primeras impresiones ni reacciones naturales (Sant. 1.19). Requiere la objetividad suficiente para no juzgar según lo que parece, sino juzgar justo juicio (Jn. 7.34). Requiere humildad sobreabundante, como para admitir tu insuficiencia y despreciar tu sabiduría humana y buscar de Dios la sabiduría divina la cual anuncia lo por venir desde el principio (Isa. 46.10). Requiere la medida de fe suficiente para confiar que las palabras de Dios son la mejor respuesta para toda pregunta y la mejor solución para todo problema. Tu tienes preguntas... Dios tiene respuestas. Indaga por esas respuestas en la Biblia y ten la fe suficiente para seguir el protocolo que ella especifica.