La Epístola

Apartado 432

Administración 1

Morelia, Mich. CP 58001

#91 Marzo, 2002

Impreso en México

 

Noticias

San Luís Potosí, Selene: Tienen una conferencia desde domingo, 3 de marzo hasta domingo 10 de marzo. Predican Lyndell Kincaid y Dale West. Además, bautizan 15 personas este mes.

Salamanca: Cambiaron su lugar de reunión solamente los miércoles. Los domingos todavía se reúnen en el parque San Antonio por la calle Obregón a las 11:00 Am, pero los miércoles ahora se ponen sobre el camellón de la calle Obregón, frente al parque San Antonio, 7:00 Pm.

León: Habrá conferencia de exhortación en la cancha acústica, desde jueves 7 de marzo hasta domingo 10 de marzo. Predicarán Flavio Santoyo, Alberto Sotelo, Gengis (Noé) Castillo, y Guillermo Kincaid. Jueves y viernes empieza a las 7:00 Pm, Sábado a las 6:00 Pm, y domingo a las 10:00 Am.

Irapuato: Habrá una campaña de predicación en la calle, Marzo 21-23, jueves a sábado. Predicadores solamente. Lleven cobija y almohada. Los que quieren predicar en las calles de Irapuato favor de llegar al kiosco del jardín principal, frente a la presidencia, el jueves 21 de marzo, a las 10:00 Am (en punto).

Guadalajara: Conferencia de exhortación desde jueves 2 de mayo hasta domingo 5 de mayo. Predicará Flavio Santoyo.

León: Reunión de predicadores, mayo 19, a las 4 de la tarde, en casa de Juan Córdova.

Reporte de Diáconos: Un criterio para juzgar el enfoque de nuestras iglesias es en ver cuanto ofrendamos para el beneficio directo de nuestra iglesia, y cuanto enviamos para evangelizar a otras ciudades. Los diáconos hicieron cálculos y estos son los resultados. El porcentaje abajo es la porción de las ofrendas totales que fueron enviadas a misioneros a otras ciudades.

Iglesia 1999 2000 2001

Morelia 79.1%

León, Parque Hidalgo: 76.0%

León, San Juan Coecillo: 71.0%

León, San Juan Bosco: 69.9%

Querétaro 68.0%

Aguascalientes: 55.4% 57.7% 66.2%

San Antonio 64.0%

Irapuato 17.8%

Verdadero Liderazgo

(Serie "Ministerio Sin Vituperio" Parte Tres)

Por M. N. Jackson

No nos encomendamos pues otra vez á vosotros, sino os damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis qué responder contra los que se glorían en las apariencias, y no en el corazón.

2 Corintios 5.12

El ministerio nuestro ha sido vituperado por una falta severa de liderazgo. Los ancianos de las iglesias no saben lo que es el verdadero liderazgo ni tampoco entienden la necesidad por ello. Es una idea común entre los hermanos y los ancianos mismos que no debemos seguir a los hombres. Pero esta es una idea errónea. Los dones que Dios dio a la iglesia son hombres (Efe. 4.8, 11). Pablo exhorta que debemos ser imitadores de él (1 Cor. 11.1) y de las iglesias honorables como las de Judea (1 Tes. 2.14). Pablo también nos manda a imitar la fe de nuestros pastores (Heb. 13.7). "Yo no sigo a ningún hombre" suena muy espiritual, pero no es Bíblico y no es correcto. En realidad es soberbia. No podemos pensar que nosotros somos producto de una generación espontánea. Todo lo que tenemos lo recibimos, y lo recibimos de hombres—aun la misma salvación. Dios nunca te habló a ti sino por otro hombre. Los que se glorían de su vocación celestial al ministerio tienen que admitir que lo recibieron en una conferencia a través de la predicación de un hombre. Menospreciar este linaje y negar su admisión debido es mera soberbia.

Yo entiendo esta reacción en contra del error de rendir culto a los hombres, pero es un error de la misma proporción el menospreciar los hombres que Dios escogió y usó en nuestras vidas. Por esto Pablo dice, "Ténganos los hombres por dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor. 4.1). Ciertamente tenemos que fundamentar nuestra fe en Jesús y no en los hombres, pero a la vez debemos reconocer que Jesús dispensa sus misterios, revelaciones, dones, y ministerios a través de los hombres (1 Tim. 4.14; 2 Tim. 1.6; Hec. 8.18). Es "ultra-espiritualismo" pensar que "Jehová es mi pastor... así que ningún hombre lo es." Es común que ancianos en nuestras iglesias piensen o hasta digan que en la iglesia nadie manda sino solamente Jesús. Eso suena muy bien, especialmente a idealistas, hippies, comunistas, anarquistas, y rebeldes en general, pero no es Bíblico. Dios no puso ancianos en las iglesias para que se "chivean" de la responsabilidad y se sobrepasen de modestos y tímidos. Dios puso ancianos en las iglesias por que la iglesia necesita liderazgo, y no sólo la iglesia colectiva lo necesita, lo necesitan los hermanos individuales.

Hombres están buscando liderazgo. Por esto siguen a los herejes y falsos — aun desde el tiempo de Pablo y la iglesia de Corinto fue así. Los falsos son líderes dinámicos, y hombres desean liderazgo. No es malo que lo deseen, ni es una debilidad, pues liderazgo es una virtud, y toda buena dádiva y todo don perfecto desciende del Padre de las luces (Sant. 1.17). Ciertamente el liderazgo puede ser abusado y se puede convertir en "culto a los hombres" como predomina entre los hermanos Bautistas ultra-fundamentalistas; pero el error y extremismo de unos no puede hacer vana la verdad de Dios (Rom. 3.3), la necesidad de la iglesia, y la responsabilidad de los ministros. Y aquí llegamos al meollo de este tema: Si los ministros no proveen el liderazgo necesario la iglesia naufragará y los hermanos correrán gustosamente a los brazos abiertos y colmillos filosos de los herejes más que dispuestos a guiarlos dinámicamente a herejías de perdición. Esta fue la misma circunstancia que movió Pablo a escribir nuestro texto. Él reitera que no le interesaba alabarse a sí mismo ni defenderse a sí mismo, pero él sí entendía que los Corintios se encontraban en un apuro: Habían llegado a la iglesia unas personas muy dinámicas, con una decena de credenciales y cartas de recomendación. Eran elocuentes, aristocráticos, amables, y muy "profundos". Los Corintios, como cualquier Cristiano, fueron apantallados por estos y empezaron a dudar y luego a despreciar a Pablo; pues nunca lo vieron a él bajo esa luz. Por lo tanto, Pablo se compadece de ellos y, aunque no quería, les recita sus credenciales, logros, triunfos, y padecimientos. No para gloriase, sino para que los Corintios tuvieran algo que responder a los falsos que habían entrado a la iglesia. Porque, quiéralo o no, hombres buscan y necesitan líderes.

Ustedes pueden quejar que los cristianos deben ser más maduros que eso, y que no deben poner sus ojos en cosas tan carnales como lo es el liderazgo dinámico; pero si fueran así de maduros no te necesitarían a ti. Si nadie tuviera debilidades ni problemas, no necesitaríamos pastores. Ustedes son como el mecánico que se queja de que las compañías de automóviles hacen coches que se descomponen. Las Escrituras claramente explican que los dones de profeta, evangelista, pastor, y doctor sólo las tendremos hasta que todos lleguemos a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo (Efe. 4.12, 13). En ese día no necesitaremos liderazgo humano porque todos conocerán, desde el más pequeño hasta el mas grande (Jer. 31.33, 34). Ese día no ha llegado, y hasta que llegue (Fil. 1.6) estamos muy lejos de la medida de la edad de la plenitud de Cristo. Y por esto Dios dio ministros: para guiar a su pueblo. Así que les conviene aprender lo que es el verdadero liderazgo.

1. Verdadero liderazgo es natural.

Verdadero liderazgo no emane de un vacío; tiene que haber una cantidad de habilidad natural. Después de varios años de dar clases de predicación, cursos de liderazgo, y consejos a hombres, reluctantemente he aceptado una verdad: No puedes crear en alguien lo que Dios soberano, en su sabiduría, les negó. Algunos tendrán duda de esta máxima, y otros se escandalizarán en ella, pero aun así es cierto. ¿Qué tal si echamos su luz sobre la habilidad de cantar? ¿Podrá alguno de ustedes, con cualquier cantidad de tiempo y esfuerzo, resanar donde Dios en su voluntad dejó una grieta? ¿Podrá el negro mudar su pellejo o el leopardo sus manchas (Jer. 13.23)? Yo sé que todos quisiéramos pensar de nosotros mismos que somos idóneos para cualquier obra que deseamos hacer, pero los maduros entendemos que así no es. Por eso somos exhortados a no tener más alto concepto de sí que el que debemos tener (Rom. 12.3). Dios repartió una medida a cada uno (2 Cor. 10.13), y tenemos que aceptarlo. No todos pueden ser ojo, algunos son oreja u olfato (1 Cor. 12.16, 17). No hay deshonra en ser olfato o una oreja. La única deshonra es el pecado de despreciar lo que Dios te ha dado y lo que él te ha hecho. Dios no dio a todos esta medida de liderazgo porque no todos pueden ser los líderes; algunos tienen que seguir — la mayoría tienen que seguir. No todos pueden ser Jonathán, algunos tienen que ser el noble, pero anónimo paje de armas que le juró repetidamente, "Haz todo lo que tienes en tu corazón: ve, que aquí estoy contigo a tu voluntad" (1 Sam. 14.7).

Hemos puesto como ancianos a algunos hombres que son muy sinceros y muy deseosos pero no muy idóneos en cuanto al liderazgo; esto no sólo es una injusticia a la iglesia, es una injusticia — una violencia latente — a estos mismos ancianos, poniéndolos en una trayectoria de autodestrucción. No podrán, con todo su esfuerzo y ganas, cambiar lo que son. Para algunos esto retiñirá como palabras frías de un convenenciero, pero las habilidades naturales de un hombre son dadas por Dios y son una de las maneras que Dios llama a un hombre a un ministerio en particular. Pedro explica esto cuando él escribe que cada uno debe administrar según el don que ha recibido y conforme a la virtud que Dios suministra (1 Ped. 4.10, 11). Estas habilidades no sólo son una forma del llamamiento, también son condiciones del reconocimiento. No debemos poner por ancianos a hombres por el simple hecho que ellos son sinceros y deseosos. Sinceridad y deseo son buenos, pero no son los únicos requisitos para el obispado. Por esta misma razón Pablo escribió 1 Timoteo 3 y Tito 1; efectivamente diciendo que es bueno que apetecen el obispado, pero no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que llama y enviste de virtud para la obra; y esa virtud deber ser manifiestamente atestada. Por eso el apóstol instruye que no deben ministrar hasta sean antes probados (1 Tim. 3.10).

Es cierto que la mayor parte de los requisitos son espirituales, pero los requisitos claves en cuanto al tema presente son "apto para enseñar" (1 Tim. 3.2), "que gobierne bien su casa" (1 Tim. 3.3), y "que también pueda exhortar... y convencer" (Tit. 1.9). Estos son una manifestación—una certificación—de una habilidad natural de liderazgo. Una observación crucial de estos tres requisitos es que los tres implican una habilidad superior al promedio. Estos requisitos no son de casarse, engendrar hijos, ganar almas, y discutir con necios — esto es el promedio. Estos requisitos son de gobernar (guiar, liderar) su casa; aptamente (competentemente, hábilmente) enseñar a sus discípulos—es decir, que sus discípulos en realidad aprendan—y eficazmente convencer a verdaderos oponentes, especialmente varones. Un hombre quien no puede guiar a su propia esposa e hijos; quien a sus propios hijos en la fe no puede discipular; quien es incapaz de persuadir a sus oponentes de las verdades tan atestadas y obvias del evangelio, no es un líder, y no es apto para el obispado (pues, ¿cómo persuadirá — no callar y correr, sino persuadir y ganar — a los hermanos de la iglesia que se oponen a sus planes y enseñanzas?). Ninguna cantidad de deseo, sinceridad, y esfuerzo resanará esta grieta. Por eso Pablo mandó a Timoteo a dejar encargados a "hombres fieles que serán idóneos para enseñar también a otros" (2 Tim. 2.2). Fidelidad y sinceridad no es suficiente, idoneidad — habilidad — es indispensable.

Digo, "especialmente varones" porque verdaderos líderes no atraen solamente mujeres. Cualquier hombre del cual varones no tienen disposición de confiar y seguir no es un líder. Es fácil "guiar" mujeres porque son fácilmente engañadas; por eso son elegidos tantos candidatos políticos depravados — por el voto femenil. Por eso los falsos-Testigos de Jehová (igual como todo charlatán) entran por las casas a medio día, cuando no están los hombres, y llevan cautivas las mujercillas cargadas de pecados, llevadas de diversas concupiscencias (2 Tim. 3.6). No menosprecio las almas de las mujeres, pues mi esposa es una mujer, mi mamá es una mujer, pero un hombre que sólo gana mujeres tiene problemas serias y debe examinarse profundamente. Mujeres son persuadidas por el sentimentalismo, la concupiscencia (Gen. 3.6), y la seducción (1 Tim. 2.14); hombres son movidos por respeto a la fuerza, la franqueza, y la razón. Por esto nos tenemos que encomendar a sus conciencias (2 Cor. 4.2) no tratar de cambiar su parecer. Hombres resisten vendedores deshonestos y siguen líderes verdaderos (2 Cor. 2.17 – 3.2). Un dechado de un líder se encuentra en Juan el Bautista: Todo Jerusalem y Judea salían a verlo, oírlo, creerlo, y obedecerlo porque él era una antorcha y buscaban recrease en su luz — aun sus enemigos (Jn. 5.33-35); él era un verdadero líder y hombres lo siguieron. Pero así de fuerte que es la aducción de hombres hacia verdaderos líderes, así de fuerte es su repulsión en contra de aquellos que no tienen la habilidad pero tratan de usurpar el lugar.

Es menester aclarar que el liderazgo natural no siempre es manifiesto, y el hecho que no sea obvio no significa que no existe. Muchos pueden tener cierta habilidad de liderazgo, pero por falta de dechado y entrenamiento no saben desenvolverlo, ni tan siquiera saben que la tienen. Por esto los que somos obispos y sabemos lo que es ser líderes debemos también saber identificar la idoneidad en otros y saber como cultivarla. No podemos pensar que dar cargo a un hombre que tiene la semilla de la habilidad hará brotar su potencial; sólo lo aplastará — a la potencial y al hombre. Pablo enfáticamente concuerda que no debe ser un neófito (1 Tim. 3.6), sino que antes que son encargados deben ser enseñados (2 Tim. 2.2). Encontramos a Pablo viajando con toda una tropa de hombres (Hec. 16.1-3; Hec. 20.4) por la expresa razón de instruirlos (2 Tim. 3.10; 2 Tim. 3.14). Responsabilidad no desarrolla el liderazgo, entrenamiento desarrolla el liderazgo. Entrenar líderes es una marca distintiva y un deber superior del mismo liderazgo. La verdadera medida del éxito de un líder no es la cantidad de gente que le siguen; la verdadera medida del éxito de un líder es la potencial realizada por los líderes que él entrenó. Líderes guían; líderes buenos atraen, pero líderes extraordinarios se reproducen — y no sólo se reproducen, se perfeccionan en su prole. ¡Qué gozo de Jesús poder decir confiadamente que los que él entrenó, mayores obras que él harían (Jn. 14.12)!

Ya no podemos seguir huyendo de la responsabilidad de desarrollar el liderazgo en los hombres, tan difícil y tedioso que sea. Yo entiendo; yo he vivido la desilusión de invertir mucho tiempo en hombres que tienen potencial, sólo para verlos naufragar y desperdiciar su don y mi esfuerzo. Pero el hecho que algunos me han defraudado no me da licencia defraudar a los que Dios ha confiado a mi tutela. Además, un Timoteo (Fil. 2.19, 20) compensa ampliamente por una decena de Demases (2 Tim. 4.10). Por esta razón escribo los siguientes puntos de este artículo; para ayudar a los que tienen una habilidad natural de liderazgo pero no saben cómo desarrollarlo. Sin duda esto será un curso muy abreviado y no podrá, por lo mismo, abarcar todo los puntos necesarios ni profundizarlas adecuadamente, pero mi meta no es cargarlos sino encaminarlos. Yo les daré las pistas, ustedes tendrán que hacer la indagación; yo les daré las semillas, ustedes las tendrán que plantarlas y regarlas si es que quieren verlas crecer y fructificar en sus ministerios.

2. Verdadero liderazgo es confiado.

Uno de los métodos más fáciles y eficaces para encontrar el tema mayor de un libro o de un capítulo de la Biblia es por buscar las palabras claves. Palabras que son repetidas muchas veces a través del rango y por lo general mucho menos fuera de ello. Por ejemplo, algunas de las palabras claves de Romanos son "fe", "justicia", y "ley"; las palabras calves de Efesios 1 son "nosotros" y "vosotros". Estas palabras divulgan los temas mayores de estos libros, así como una de las palabras claves de 2 Corintios: "confianza". La palabra "confianza" (y sus derivados) es usada trece veces en los trece capítulos de 2 Corintios — el libro del ministerio del Nuevo Testamento. Enseñándonos, tanto por implicación como por declaración, que el ministro necesita confianza. En estos trece textos Pablo explica que esta confianza no se fundamenta en hombres ni en nosotros mismos sino en Dios. Además de los trece textos que explícitamente mencionan "confianza" el libro completo en una panorámica de la confianza en acción. Pablo, con sus reacciones a las circunstancias adversas en su vida, y sus respuestas a los Corintios y sus dudas, desconfianzas, y acusaciones, ejemplifica la confianza que el ministro debe encarnar. De hecho, se pudiera escribir toda una serie de artículos sobre esta confianza ilustrada. Estas son algunas de las cumbres más notables de esta panorámica.

1) No tienes que preocuparte (2 Cor. 1.8-10).

Dios está sobre el trono, y nosotros estamos en su mano (Jn. 10.29). Si él no lo permite, ni un cabello sobre nuestras cabezas perecerá (Hec. 27.34). No importa cuan mal se ven las circunstancias de nuestra vida, aun servimos al Dios que resucita a los muertos y libra de tentación a los píos (2 Ped. 2.9). El hace a los creyentes caminar sobre agua y rescata a los débiles humildes del peligro de la poca fe (Mat. 14.27-31). Él pide grandes cosas de pequeños hombres (2 Cor. 2.16), pero les provee suficiencia sobreabundante (2 Cor. 3.6, 7) para querer como hacer su buena voluntad (Fil. 2.13). Ciertamente él conoce nuestra condición, que somos polvo (Sal. 103.14), pero en todas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó (Rom. 8.37). Todos sabemos que las tinieblas de la duda y la incertidumbre a veces son tan densas que parecen devorarnos, pero él nos ha dado la palabra profética más permanente (2 Ped. 1.19) de la cuál nos podemos trabar haciendo huir al diablo (Sant. 4.7) junto con sus acusaciones (Apo. 12.10) e insinuaciones diciendo "Escrito está ... somos ministros suficientes de un nuevo pacto ... embajadores en nombre de Cristo" (2 Cor. 5.20), todo lo podemos en Cristo que nos fortalece (Fil. 4.13). Por esto digamos confiadamente: "El Señor es mi ayudador; no temeré" (Heb. 13.6), porque el perfecto amor echa fuera el temor (1 Jn. 4.18) y nosotros somos la amada (Rom. 9.25). Pues en nosotros se han parado los fines del siglo (1 Cor. 10.11) — en nosotros sus preferidos, sus consentidos, su preciosa perla (Mat. 13.36). Setenta son las reinas, y ochenta las concubinas, y las doncellas sin cuento; mas nosotros somos su única; la paloma suya, la perfecta suya (Can. 6.8, 9).

Tu sólo haz y habla lo que el Señor te manda hacer y hablar y no temas, porque no hagas que Dios mismo te quebrante delante de ellos (Jer. 1.17). Dios no exige que seas "exitoso," solo que seas fiel (1 Cor. 4.2). Todos nos sentimos inadecuados, pero Dios nos escogió y él sabe lo que hace. Así que no es humildad enfocar en, y ser impedido por tus deficiencias y debilidades, es falta de fe. ¿Tu quién eres para altercar con el divino alfarero (Rom. 9.20)? Si Dios te llamó al ministerio eres un vaso hecho para honra para hacer notorias las riquezas de su gloria (Rom. 9.23). Así que hermanos, confortaos en el Señor, y en la potencia de su fortaleza (Efe. 6.10). Nosotros no hemos recibido el espíritu de temor para estar otra vez en temor (Rom. 8.15), sino el Espíritu de Dios para que conozcamos lo que Dios nos ha dado. Así que, teniendo tal esperanza, hablamos con mucha confianza (2 Cor. 3.12).

2) No tienes que defenderte (2 Cor. 3.1-3).

Cualquier que ha sido difamado o injuriado o maltratado sabe la fuerza de la tentación a defender su nombre y honor. Pero los logros prometidos por esta tentación son sólo una ilusión. Muy pocas cosas lastiman el liderazgo más que la defensa propia. El anciano está puesto para defender la doctrina, la palabra de Dios, la justicia y la santidad, y sobre todo la Iglesia (Hec. 20.28-30); pero nunca a sí mismo. Por fe tienes que entender que si tú eres el siervo del Señor nadie te podrá dañar. Moisés tuvo esta fe, y a pesar de varias insurrecciones, la menor de la cual no fue la que suscitó su propio hermano y hermana (Num. 12.1-3), él nunca buscó defenderse. Él sabía que mientras Dios lo deseaba como líder del pueblo de Israel, nadie podía dañarlo. José y Daniel ejemplifican esta verdad. No importa quiénes ni de qué manera trataron de pisotearlos y suprimirlos, ellos dos siempre salían ganando al final. Muchos te pondrán en tela de juicio, te acusarán de muchas cosas mentirosas, tú deja que tu obra y tu sinceridad te defiendan. [Por el otro lado, defensa propia en un ministro es indicación que no son falsas las acusaciones, o que le hace falta obra, sinceridad, o ambas ... edit.] Como dice el Salmista, "Dios es mi defensa" (Sal. 59.9). Por esta razón Pablo remitió el juicio de Alejandro el calderero al Señor (2 Tim. 4.14). Pues, si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros (Rom. 8.31)?

3) No tienes que alabarte (2 Cor 10.12).

Como dije, muy pocas cosas lastiman el liderazgo más que la defensa propia, pero entre esas pocas cosas se encuentra el alabarse a uno mismo. Este es el pecado principal del neófito (1 Tim. 3.6) y por lo general desaparece en gran parte en los maduros. Pero aun los más maduros tienen una lengua, y la lengua siempre se quiere gloriar de grandes cosas (Sant. 3.5). Es una lucha continua contra la soberbia de la vida el callar esa lengua soberbia, y parece que los que menos éxitos tienen más lucha tienen. Yo entiendo muy bien el deseo de ser respetado como un ministro de Dios por amor de nuestra obra. Pero ese respeto se tiene que ganar, no se puede exigir. Exigirlo sólo te perjudica; entre más lo exiges menos lo tienes. Aquellos a quienes tu ministres con sinceridad y simplicidad, no buscando tu provecho sino el bien de ellos, te respetarán. Si a todos los demás tu no eres ministro, a los que ganas ciertamente lo eres (1 Cor. 9.2). Y ellos no necesitan que les presentes tus "cartas de recomendación" porque ellos son tus cartas (2 Cor. 3.1, 2). Por esto les doy mi consejo: Nunca tomes el crédito por la obra ni idea de otro. Nunca desconozcas el que te ganó y discipuló en la fe. Nunca te alabes a ti mismo, deje que otros te alaben (Pro. 27.2). Nunca hables de ti mismo, sino siempre habla del otro. Nunca critiques a otros porque la motivación siempre es engrandecer a uno mismo. Y, nunca hagas algo para ser visto de los hombres, sino haz todo en el nombre del Señor.

Cuando preguntaron a Juan el Bautista acerca de sí mismo, él dijo que él no era nadie, pero cuando preguntaron a Cristo, Jesús les dijo que Juan era el mayor de entre los que nacen de mujeres. Respeto y gloria es importante, y todos los que sirven al Señor de corazón, no como a los hombres, lo recibirán un día; así como lo recibió Juan el Bautista, la mujer que ungió los pies de Jesús (ella también fue criticada por los hombres), y todos los que van por la misma regla (Fil. 3.16). Porque no el que se alaba sí mismo, el tal es aprobado; mas aquel a quien Dios alaba (2 Cor. 10.18). Además, el ministro confiado no tiene necesidad de despojo ni de gloria. El ministro confiado sabe su deber y su lugar; sabe que su trabajo en el Señor no es vano (1 Cor. 15.58); y confía que Dios es galardonador de los que le buscan (Heb. 11.6).

4) No tienes que protegerte (2 Cor. 12.15).

Es común entre los ministros ser escépticos y desconfiados. La razón es porque no queremos ser heridos ni engañados. Aunque sí hay lugar para discreción de espíritus, y no debemos creer a todo espíritu; no hay lugar por el escepticismo. La discreción de espíritus obra por el bien del prójimo (discerniendo que en realidad no es salvo, que en realidad no es llamado, etc.), pero el escepticismo es meramente egoísta. Es una táctica humana para protegernos de parecer ingenuos o peor, zonzos. Por lo mismo nunca queremos comprometernos con nadie, desconfiando si después no nos encajarán el cuchillo en nuestra espalda. Pensamos que así nos parecemos sabios y además nos sentimos muy seguros. Pero, todos los demás, siguiendo nuestro ejemplo, tampoco se comprometen a nada ni a nadie; y, como Jesús enseñó con la parábola del grano de trigo, sin compromiso no hay victoria, no hay éxito, no hay fruto. Sí, es cierto, nadie te puede dañar, nadie te puede defraudar, nadie te puede avergonzar, nadie puede acercarse a ti. ¡Qué limpio! Qué soledad. No caes, no mueres, no te inviertes, no te comprometas ... tú sólo quedas (Jn. 12.24).

El ministerio es como el matrimonio en este aspecto. El matrimonio es las dos personas que más daño se pueden hacer el uno al otro en todo el mundo, armados con un cuchillo, dormidos en un cuarto solos. Cada uno confiando del otro completamente; porque en cualquier momento, por cualquier motivo uno pudiera destripar al otro. Pero esta es la única manera que un matrimonio funciona. El momento que el esposo deja de confiar en su esposa y cierra la puerta con llave cuando se va de la casa, el matrimonio se deshace. Igual cuando la esposa deja de confiar del esposo y contrata un detective para seguirlo por doquiera que vaya. El ministro tiene que tener este tipo de confianza del rebaño sobre el cual Dios lo ha puesto (2 Cor. 2.3; 7.4,16; 8.22) si no lo tiene ya no es un pastor, es un alguacil. Es cierto que algunos te van decepcionar, quemar, odiar, y tratar de perjudicarte. Pero por amor de los demás no debes tratar de protegerte. De buena gana despende y sea despendido, aun si amándolos más seas amado menos. Pues, el buen pastor su vida da por las ovejas.

5) No tienes que vengarte.

Todo ministro ha sido lastimado alguna vez por algún sinvergüenza en la iglesia. El ministro despendió y fue despendido por amor a algún hermano, solo para ser atacado y odiado. La reacción carnal es de volver mal por mal, o por lo menos indiferencia por mal. Pero esto es un producto de falta de confianza. Si en verdad confiamos que somos embajadores de Dios, entonces confiemos que él es el contador divino y él hará cuentas al final. Si alguien nos ha ultrajado, Dios lo rectificará. Dios promete que él sabe no sólo librar de tentación a los píos, pero también reservar los injustos para ser atormentados. El es el juez justo de toda la tierra y un día los que te han ultrajado darán cuenta de cada palabra ociosa que hablaron (Mat. 12.36). Mientras, nosotros debemos orar por ellos y amarlos porque ese es el ejemplo de nuestro Padre en los cielos (Mat. 5.44-48). El nos amó cuando nosotros lo ultrajábamos a él. Cuando fue herido, derramó misericordia para satisfacer la sed de los mismos que pusieron mano a la vara (Exo. 17.6).

Verdadero Liderazgo (parte tres de la serie "Ministerio Sin Vituperio") se continuará en la siguiente epístola...