La Epístola

Apartado 432

Administración 1

Morelia, Mich. CP 58001

#70 Junio, 2000

Impreso en México

 

Noticias

León: Han habido problemas en diferentes ciudades en cuanto a las ofrendas, y los deberes de los diáconos. Así que, están planeando un taller para diáconos, en León, sábado, 8 de julio, desde las 5 PM hasta las 9 PM, y domingo, 9 de julio, desde las 4 PM hasta las 8 PM. Todos los diáconos, de todas las iglesias deben hacer todo lo posible de asistir. Se encargarán Román Rojas de Aguascalientes, y Miguel Jackson de Querétaro de enseñar la contabilidad, deberes morales y legales, cómo evitar peligros (de avaricia y de acusaciones falsas), y mucho más. Para más información llama a Román Rojas (4) 977-2780 o a Miguel Jackson (4) 213-8742.

Aguascalientes: Bautizaron a 10 personas el domingo, 14 de mayo.

Zacatecas: El hermano Esteban Rosales está buscando casa de renta en las ciudades de Zacatecas y Guadalupe, pero todavía no ha podido encontrar una. Como es una ciudad universitaria, hay demanda para casas y cuartos, así que les está siendo difícil. Oremos que Dios provee. El hermano Ramiro García planea ir ya cuando sus hijos salen de clases.

Morelia: Estamos planeando un taller de predicadores, del miércoles, 28 de junio hasta el sábado 1 de julio. El objeto es de aclarar el asunto de las versiones modernas de la Biblia, y explicar en detalle porqué no confiamos en ellas, y porqué aceptamos la Valera 1909 como la autoridad de Dios en español. Por no llevarse a cabo durante unas vacaciones probablemente no habrá problema con el espacio, entonces estamos abriendo la invitación a todo hermano (no hermanas) que quiere asistir. Solamente preferimos que todos asisten al taller entero, o sea, vengan de miércoles a sábado, siempre si es posible. Y estamos pidiendo una donación de 50 pesos de cada uno que asiste para que nuestras esposas puedan proveer la comida y la cena, sin que los hermanos estén siempre preparando comida para sí mismos. Desayuno será mas informal, pero habrá cocina, y hay panaderías cerca. Cada hermano que venga, traiga cobija y útiles personales.

Polonia: Los hermanos están algo animados recientemente por varios sucesos. Sus reuniones ahora están creciendo, tienen alrededor de 8 miembros fieles, y siempre reciben visitas, en cada reunión. Además, un hombre llamado Tomek, recientemente se arrepintió, y aceptó a Jesucristo como su salvador. Por eso, su familia, incluyendo su esposa, le han rechazado, y le han corrido de su casa. Además, hablaron con su patrón, que es amigo de la familia, según entiendo, y le despidió de su trabajo. Ahora anda de huésped, buscando departamento y empleo. Sin embargo, no ha vuelto para atrás, y parece que sigue animado como nunca. Fue bautizado hace poco, y les acompaña en sus predicaciones en Varsovia.

León: La reunión de predicadores se está planeando para el domingo, 20 de Agosto, 2000, a las 4 PM, en casa de Juan Córdova.

 

Predicad el Evangelio

Por C. H. Spurgeon

Un sermón predicado el 5 de Agosto de 1855, en la Capilla de la Calle New Park, Southwark, Inglaterra

16 Pues bien que anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!

1 Corintios 9

El hombre más grande de los tiempos apostólicos fue el apóstol Pablo. Era siempre grande en todo. Si se le considera como pecador, era en gran manera pecaminoso; si lo contemplas como perseguidor, era rabioso en exceso en contra de los cristianos, y los acosaba hasta por ciudades extranjeras; si lo miras como un convertido, su conversión fue la más notable que hayamos podido leer, realizada por un poder milagroso, y por la voz directa de Jesús hablando desde el cielo -"Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?"- Si lo observamos simplemente como cristiano, era uno excepcional, amando a su Maestro más que los demás, y más que otros buscando reflejar en su vida la gracia de Dios. Pero si lo toma como apóstol, y como predicador de la Palabra, sobresale como príncipe de los predicadores, y predicador a reyes, porque proclamó ante Agripa, predicó ante César Nerón, y compareció ante emperadores y monarcas a causa del nombre de Cristo. La característica de Pablo era que lo hacía todo poniendo en ello todo su corazón. Era de esa clase de hombres incapaces de permitir descanso a la mano izquierda mientras que la derecha trabaja, sino, cuando se esforzaba, la plenitud de sus energías, cada nervio, cada fibra de su ser era extremado en la tarea por hacer, ya fuera obra mala o buena. Por ello, Pablo podía hablar con experiencia en cuanto a su ministerio, porque era el mayor de todos los ministros. No hay insensatez en su palabra; todo sale de las profundidades de su alma. Y podemos estar seguros de que su mano era firme y decidida cuando escribió lo siguiente: "Pues bien que anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!"

Ahora bien, creo que estas palabras de Pablo pueden ser aplicadas a muchos ministros de nuestros días; a todos aquellos que son llamados especialmente, y dirigidos por el impulso interior del Espíritu Santo para ocupar la posición de ministros del evangelio. Esta mañana, al tratar de considerar este versículo, nos haremos tres preguntas. La primera: ¿Qué es predicar el evangelio? La segunda: ¿Porqué no tiene el ministro nada de qué gloriarse? Y la tercera: ¿Cuál es esa necesidad y ese ¡ay!, de que está escrito: "Me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!"?

I. La primera interrogación es: ¿Qué es predicar el evangelio? Acerca de ella hay gran variedad de opiniones; incluso entre mi audiencia - aunque creo que estamos uniformes en nuestros sentimientos doctrinales - puede haber dos o tres prontas respuestas a esta pregunta: ¿Qué es predicar el evangelio? Así que, intentaré contestarla según mi propio juicio, si Dios me ayuda; y si resulta que no es la mía la contestación correcta, sois libres de procuraros en casa una mejor.

1. La primera respuesta que daré a la pregunta es esta: Predicar el evangelio es poner de manifiesto cada una de las doctrinas contenidas en la Palabra de Dios, y dar a cada verdad la importancia que le corresponde. Los hombres pueden anunciar una parte del evangelio; tal vez predicarían una sola doctrina de ella; y yo no diría que ni siquiera predica el evangelio aquel que tan solo mantiene la doctrina de justificación por fe - "Por gracia sois salvos por la fe." Yo le marcaría como ministro del evangelio, aunque no como uno que predica el evangelio entero. De ninguno se puede decir que predica el evangelio en su totalidad si omite, a sabiendas e intencionalmente, una sola de las verdades del bendito Dios. Esta observación mía debe ser incisiva, y debería llegar a las conciencias de muchos que tienen casi como principio el ocultar del pueblo ciertas verdades, por temerles. Hace una o dos semanas, durante una conversación con un eminente profesor, me dijo: "Sabemos, señor, que no debemos predicar la doctrina de la elección, porque no está calculada para la conversión de los pecadores". "Pero", objeté, "¿quién se atreverá a criticar la verdad de Dios? Usted está de acuerdo conmigo en que es una verdad, y sin embargo dice que no debe ser predicada. Yo no hubiera osado decir tal cosa. Consideraría arrogancia suprema haberme aventurado a decir que una doctrina no debe ser predicada, cuando el Dios todo-sabio la ha considerado conveniente revelar. Además, ¿será la [única] intención del evangelio completo de convertir a los pecadores? Hay algunas verdades que Dios bendice para conversión de pecadores; pero, ¿no hay porciones propuestas para la consolación de los santos? ¿y no deben ser éstas, al igual que las otras, el tema de la predicación del ministro del evangelio? ¿Y, consideraré una desatendiendo a la otra? No: si Dios dice: 'Consolaos, consolaos, pueblo mío', y la elección consuela al pueblo de Dios, pues debo yo predicarla. Por otro lado, no estoy tan seguro de que esa doctrina siempre no esté proyectada para la conversión de los pecadores. Pues el gran Jonathan Edwards nos dice que, en la mayor excitación de uno de sus avivamientos, predicó la soberanía de Dios en la salvación o condenación del hombre, enseñando que Dios es infinitamente justo al enviar algunos al infierno, e infinitamente misericordioso en salvar a otros; y, todo ello era por su libre gracia; y añade: "No he hallado doctrina que más haga pensar, nada penetró tan profundamente en el corazón, como la predicación de esa verdad". Lo mismo puede decirse de otras doctrinas. Hay verdades en la palabra de Dios que están condenadas al silencio; en verdad, no han de ser repetidas porque, de acuerdo con las teorías de ciertas personas, no están calculadas para promover ciertos fines. Pero, ¿es mio juzgar la verdad de Dios? ¿Debo yo poner sus palabras en la balanza y decir: "Esto es bueno y esto es malo"? ¿Puedo acaso tomar la Biblia de Dios, y seccionarla diciendo, "esto es paja, y estotro es trigo?" ¿Desecharé cualquiera de sus verdades diciendo: "No me atrevo a predicarla"? No: Dios me libre. Todo lo escrito en la Palabra de Dios para nuestra enseñanza fue escrito: y lo entero de ello es útil, o para redargüir, o para consolar, o para la edificación en justicia. Ninguna verdad de la Palabra de Dios debe ser detenida, sino todas las porciones predicadas en su orden apropiado.

Hay quienes intencionalmente se encierran por cuatro o cinco temas continuamente. Si entráis en su capilla, naturalmente esperarás oírles predicar, o sobre: "No de voluntad de carne. mas de Dios"; o también: "Elegidos según la presciencia de Dios Padre". Sabéis que aquel día no escucharéis otra cosa mas que elección y doctrina elevada. Tales se equivocan tanto como otros, por dar demasiada prominencia a una cierta verdad para descuidar a otras. Todo cuanto hay aquí es para ser predicado, lo llames como te plazca, o lo consideres elevado o no; la Biblia, toda la Biblia, y nada más que la Biblia es la norma del verdadero cristiano. ¡Ay!, muchos hacen de sus doctrinas un círculo de hierro, y al que se atreve a salir del estrecho cerco se le considera poco ortodoxo. ¡Dios bendiga, pues, a los herejes, y nos mande mas de ellos! Hay quienes convierten la teología en una especie de rueda de molino, compuesta de cinco doctrinas que sempiternamente se rotan; pues nunca siguen mas allá. Cada verdad debe ser predicada. Y si Dios ha escrito en su Palabra que "el que no cree, ya es condenado", ello está puesto para ser predicado tanto como la verdad de que "ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". Si encuentro que está escrito: "Te perdiste, oh Israel", con lo cual notamos que la condenación del hombre es su propia culpa, debo predicar eso, al igual que la siguiente frase, "Mas en mí está tu ayuda". Cada uno de nosotros, a los que nos ha sido confiado el ministerio, debiéramos procurar predicar toda la verdad. Sé que no es posible manifestarla en su totalidad. Hay neblina en la cumbre del alto monte de la verdad. No pueden los ojos del mortal contemplar su pináculo; ni lo ha hollado pie humano. Sin embargo, dibujemos la neblina, si no podemos dibujar la cumbre. Expongamos la dificultad tal como es, si no podemos desentrañarla. No ocultemos nada, pero si el monte de la verdad tiene la cima nublada, digamos: "Nube y oscuridad alrededor de él". No lo neguemos, ni tratemos de acortar la montaña para conformarla a nuestra propia pauta, porque no podamos ver su cumbre o alcanzar su pináculo. Todo aquel que quisiera predicar el evangelio debe predicar todo el evangelio. Todo el que quiere conocerse como ministro fiel no debe detener ninguna parte de la revelación.

2. Si de nuevo me preguntan: ¿Qué es predicar el evangelio?, contesto que predicar el evangelio es enaltecer a Jesucristo. Tal vez sea ésta la mejor respuesta que pudiera dar. Me apeno mucho al ver a menudo cuán poco es comprendido el evangelio, incluso por algunos de los mejores cristianos. Hace algún tiempo había una señorita que se encontraba en gran aflicción de espíritu; fue a ver a un cristiano muy piadoso, el cual le dijo: "Querida joven, vaya a casa y ore". Bien, pensé en mí, no es ese el camino bíblico. Nunca dice: "Vaya a casa y ore". La pobre chica marchó a su casa, oró y continuó en la aflicción. Él le volvió a decir: "Debe esperar; debe leer las Escrituras y estudiarlas". Tampoco es éste el camino bíblico; esto no exalta a Cristo; veo que muchos predicadores predican esa clase de doctrina. Dicen a los pobres pecadores convictos [de pecado]: - Debes irte a casa y orar, y leer las Escrituras; debes asistir a los cultos," en fin. Obras, obras, obras, en vez de "por gracia sois salvos, por la fe". Si un penitente se acercara a mí y me preguntara: "¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?", le respondería: "Cristo tiene que salvarte; cree en el Señor Jesucristo". Ni lo mandaría a orar ni a leer las Escrituras, ni asistir a la casa de Dios; sino simplemente los remitiría a la fe, a la fe sencilla en el evangelio de Dios. No es que yo menosprecie la oración - vendrá después de la fe -, ni tampoco diré una sola palabra en contra del escudriñar las Escrituras - ése es el sello infalible de los hijos de Dios. Tampoco hallo mal en la asistencia a [la lectura de] la palabra de Dios, ¡Dios me libre!; me agrada ver allí a la gente. Pero ninguna de estas cosas es el camino de salvación. En ninguna parte está escrito: "El que asista a la capilla será salvo", o: "El que lea la Biblia será salvo". Como tampoco he leído: "El que orare y fuere bautizado será salvo", sino: "El que cree", el que tenga fe singular en "Jesucristo, hombre," - en su divinidad, en su humanidad, ése es liberado del pecado. Predicar que sólo la fe salva es predicar la verdad de Dios. Ni por un momento concederé a nadie el nombre de ministro del evangelio, si predica algún otro plan de salvación sino la fe en Jesucristo, la fe, la fe y nada más que la fe en Su nombre. Pero la mayoría de nosotros tenemos nuestras ideas bastante confusas. Hay en nuestro cerebro tantas obras almacenadas, tanta convicción de méritos y hechos, grabados en nuestros corazones, que nos es casi imposible predicar la justificación por la fe, clara y completamente; y cuando lo hacemos, nuestros oyentes no la asimilan. Les decimos: "Cree en el nombre del Señor Jesucristo y serás salvo"; más ellos tienen noción de que la fe es algo maravilloso y misterioso; que es totalmente imposible que, sin hacer nada más, puedan alcanzarla. Pero esa fe que nos une al Cordero es una dádiva instantánea de Dios, y el que cree en el Señor Jesús es salvo en aquel mismo momento, sin nada más alguna. ¡Ah!, amigos míos, ¿no queremos aun más enaltecer a Cristo en nuestras prédicas y mas enaltecimiento de Cristo en nuestras vidas? La pobre María dijo: "se han llevado á mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Y así diría [otra vez] en nuestros días si pudiera levantarse de la tumba. ¡Oh!, si tuviéramos un ministerio que exaltara a Cristo! ¡Oh! ¡si tuviéramos predicación que magnificase la persona de Cristo, que alabara su divinidad, que amase su humanidad! ¡Si tuviéramos predicación que lo presentara como profeta, sacerdote y rey a su pueblo! ¡Si tuviéramos predicación por la cual el Espíritu manifestara el Hijo de Dios a los hijos suyos: que tuviéramos predicaciones que dijeran: "Mirad a él y sed salvos todos los términos de la tierra"; predicaciones del Calvario; teología del Calvario, libros del Calvario, sermones del Calvario! Éstas son las cosas que queremos, y en la medida en que el Calvario sea enaltecido y Cristo magnificado, será predicado el evangelio entre nosotros.

3. La tercera respuesta a la pregunta es: predicar el evangelio es exponerlo apropiadamente a toda clase de personas. "Si sube usted a ese púlpito, solamente debe predicar para el amado pueblo de Dios", decía una vez un diácono a un ministro. Dijo el ministro, "¿Los ha marcado a todos en la espalda, de forma que yo pueda reconocerlos?" ¿Para qué serviría lo espacioso de esta capilla si yo predicara solamente para el querido pueblo de Dios? Son pocos verdaderamente. El pueblo amado de Dios podría caber en mi despacho. Hay aquí muchos más aparte de los amados de Dios, ¿y cómo voy a estar seguro, si se me dice que predique solamente para el pueblo amado de Dios, de que alguien más no se aprovechará? En otra ocasión otro diría, "Asegúrese que predique a los pecadores. Si no predica a pecadores esta mañana, no estará anunciando el evangelio. Sólo le oiremos una vez, y nos convenceremos de que no está usted bien, si por casualidad no predica a los pecadores esta mañana en particular, en este sermón en particular." ¡Que insensatez, amigos míos!; hay veces en que los hijos deben ser alimentados, y otras en que el pecador debe ser amonestado. Hay diferentes ocasiones para diferentes fines. Si uno predica a los santos de Dios, y acaso poco se dice a los pecadores, ¿deberá ser censurado por ello, siempre si en otras ocasiones, cuando no consuela a los santos, dirige su atención especialmente a los impíos? Hace poco oí un excelente comentario de un perspicaz amigo mío. Alguien estaba criticando las "Porciones Matutinas y Vespertinas del Doctor Hawker", porque no estaban calculadas para convertir a los pecadores. Dijo al caballero, "¿Ha leído alguna vez la ‘Historia de Grecia’, por Grote?" "Sí." "Es un libro molesto, ¿no es verdad?, porque no fue calculado para convertir a los pecadores." "Sí, pero", dijo el otro, "la ‘Historia de Grecia’, por Grote, nunca se propuso a convertir a los pecadores." "No", convino mi amigo, "y si usted hubiese leído el prólogo de las 'Porciones Matutinas y Vespertinas del Doctor Hawker', se daría cuenta de que no se propuso para convertir pecadores, sino para alimentar el pueblo de Dios, y si responde a su propósito el autor fue sabio, aunque no se orientó a otro propósito." Cada clase de persona debe recibir lo que le corresponde. El que predica solo y siempre hacia los santos no predica el evangelio; y el que predica solamente y siempre al pecador, y nunca al santo, no predica el evangelio en su totalidad. Aquí existe una amalgama: tenemos el santo que está firme y seguro; tenemos el santo que es flaco y pobre en la fe; tenemos el recién convertido; tenemos el que claudica entre dos pensamientos; tenemos el recto; tenemos el pecador; tenemos el reprobado; tenemos el desamparado. Que haya palabra para cada uno de ellos. Que a cada uno a tiempo les dé su ración; no en todo tiempo, sin a tiempo. Aquel que ignore en su predicación cualquier clase de persona, no sabe predicar el evangelio entero. ¿Qué? ¿Me pondrán en el púlpito, y luego me mandarán limitarme a ciertas verdades solamente, para el consuelo de los santos de Dios? Así no lo aceptaré. Dios da a los hombres corazón para amar a sus semejantes, ¿y no se dejarán desarrollar ese corazón? Si amo al impío, ¿no tendré oportunidad de hablarle? No le puedo hablar del juicio venidero, de la justicia, y de su pecado? No quiera Dios que me insensibilice así, y me haga tan bruto para carecer de lágrimas al considerar la perdición de mis semejantes, y para levantarme y decir, "¡Sois muertos, no tengo nada que decirles!" - y predicar en efecto, si no con palabras, aquella herejía maldita, que si uno ha de ser salvo, será salvo - que si uno no ha de ser salvo, no será salvo; que necesariamente, han de estarse quietos y no hacer nada siquiera; y que no importa un comino si viven en pecado o en justicia - que algún hado fuerte les haya amarrado con hierros diamantinos; y que su destino es tan seguro que mas vale que sigan en pecado. Yo creo que su destino es seguro - que como elegidos, serán salvos, y si no elegidos serán condenados eternamente. Pero no creo la herejía que sigue como inferencia que por eso los hombres no son responsables y pueden estarse quietos. Esa es una herejía en contra de la cual yo siempre he protestado, como doctrina del diablo y nada de Dios. Creemos en el destino; creemos en la predestinación; creemos en la elección y la no-elección; pero, a pesar de ello, creemos que debemos predicar a los hombres, "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo," mas si no crees en Él, serás condenado.

4. Había premeditado dar otra respuesta a esta pregunta, pero me falta tiempo. Dicha respuesta hubiera sido algo parecido a esto - que predicar el evangelio no es hablar de ciertas verdades acerca del evangelio, ni predicar acerca de la gente, sino predicar a la gente. Predicar el evangelio no es hablar de lo que es el evangelio, sino predicarlo directamente al corazón, no por su propia fuerza, sino por la influencia del Espíritu Santo - no levantarse y hablar como si lo hiciéramos al ángel Gabriel, diciéndole ciertas cosas, sino hablar como de hombre a hombre, y derramar nuestro corazón en el corazón de nuestros semejantes. Esto, según lo entiendo, es predicar el evangelio, y no farfullar algún viejo manuscrito en la mañana o en la tarde del domingo. Predicar el evangelio no es enviar un clero para que haga tu deber por ti; no es vestirse de tu hábito más fino y luego levantarse para dispensar elevadas teorías. Predicar el evangelio no es entregar por manos de un obispo una hermosa composición de oración, para luego sentarse y dejar que alguna persona mas humilde la pronuncie. No, predicar el evangelio es proclamar con lengua de trompeta y ardiente celo las inescrutables riquezas de Cristo Jesús, de forma que los hombres puedan oír y, comprendiendo, se conviertan a Dios con todo intento de corazón. Esto es predicar el evangelio.

II. La segunda pregunta es: ¿Porqué a los ministros no les es permitido gloriarse? "Pues bien que anuncio el evangelio, no tengo por que gloriarme." Hay ciertas cizañas que crecen en cualquier parte; y una de ellas es la soberbia. La soberbia crece tanto en la peña como en el jardín. La soberbia se desarrolla tanto en el corazón de un limpiabotas como en el corazón de un magistrado. Soberbia crece tanto en el corazón de una sirvienta como en el corazón de su señora. Y soberbia crecerá en el púlpito. Es una cizaña pavorosamente exuberante. Requiere ser purgada todas las semanas, o de otra forma nos envolverá hasta las rodillas. Este púlpito es suelo acomodado para soberbia. Crece terriblemente; y escasamente sé si pudieras encontrar un predicador del evangelio que no confesará que su mayor tentación es la soberbia. Supongo que aun aquellos ministros de quienes no se dice otra cosa sino que son muy buena gente, que tienen una iglesia urbana, con seis miembros asistiendo, tienen la tentación de soberbia. Pero sea cierto o no, estoy seguro que dondequiera exista una gran asamblea, y dondequiera haya gran ruido y agitación alrededor de un hombre, hay mucho peligro de soberbia. Y fijaos bien, cuanto más se ensoberbezca el hombre más dura será su caída al fin. Si la gente eleva a un ministro en sus manos y no lo sostiene, sino que lo suelta, qué caída tendrá, pobre varón, cuando todo haya acabado. Así ha ocurrido con muchos. Muchos hombres han sido levantados por brazos humanos, por los brazos del elogio, y no de la oración; estos brazos se han debilitado, y abajo se han caído. Os digo que hay tentación de soberbia en el púlpito, pero no hay lugar en el púlpito para ella; no hay suelo para que crezca; aunque crecerá sin necesidad de ninguno. "No tengo por qué gloriarme." Mas, sin embargo, a menudo se presenta alguna razón para gloriarnos, no real, sino aparente a nosotros mismos.

1. Ahora, ¿cómo es que un verdadero ministro se siente que no tiene "por qué gloriarse"? En primer lugar, porque es consciente de sus propias imperfecciones. Creo que ningún hombre podrá formarse jamás una opinión más justa de sí mismo que aquel que está llamado a predicar continua e incesantemente. Una vez hubo un hombre que creyó poder predicar, y cuando le fue permitido el acceso al púlpito, encontró que las palabras no fluían tan libremente como él esperaba, y con sumo temblor y temor, se inclinó por delante sobre el púlpito y dijo: "Amigos míos, si subieseis aquí se os quitaría toda vuestra vanidad". En efecto, yo también creo que así ocurriría a muchos, si intentaran alguna vez probar sus dotes de predicador. Desaparecería de ellos su vanidad crítica, y les haría pensar que, después de todo, no es una tarea tan fácil como parece. El que mejor predica es el que siente que lo hace peor. El que ha concebido en su mente un modelo elevado de lo que debiera ser la elocuencia, y lo que debiera ser la súplica ardiente, sentirá cuán lejos está de alcanzarla. Él, mejor que nadie, podrá reprocharse a sí mismo porque conoce su propia deficiencia. No creo que cuando un hombre hace algo bien, va a gloriarse necesariamente en ello. Por otro lado, creo que él será el mejor juez de sus propias imperfecciones y las verá más claramente. Él sabe lo que debiera ser. Los demás no [lo saben]. Ellos miran y observan, y creen que es maravilloso, pero para él es maravillosamente absurdo, y se retira preguntándose porqué no lo habrá hecho mejor. Todo verdadero ministro sentirá su deficiencia. Se comparará con hombres de la talla de Whitefield, con predicadores como los de los tiempos de los puritanos, y dirá: "¿Qué soy yo? Parezco un enano al lado de un gigante, un hormiguero al lado de una montaña". Cuando se retira a descansar la noche de domingo, da vueltas en la cama, porque siente que ha fracasado, que no ha tenido ese ardor, esa solemnidad, esa agonizante intensidad de propósito que conviene a su oficio. Se acusará de no haberse detenido lo suficiente en determinado punto [de su sermón], o por haber evitado otro, o por no haber sido lo explícito que debiera en algún tema, o de haberse extendido demasiado en otro. Verá sus propias faltas, porque Dios, cuando sus hijos han procedido mal, les amonesta durante la noche. No necesitamos que los demás nos reprochen; el mismo Dios se ocupa de nosotros. Aquel a quien Dios más honra a menudo se estimará deshonroso.

2. Otro medio para que cesemos de toda vanagloria es el hecho de que Dios nos recuerda que todos nuestros dones son prestados. Precisamente esta mañana me ha sido recordada de una forma notable esta gran verdad, al leer en un diario la siguiente noticia:

"La semana pasada, el tranquilo barrio de New Town vio turbada su paz por un suceso que conmovió a toda la vecindad. Un caballero de logros considerables, y que alcanzó un grado honorable de la universidad, había venido padeciendo durante los últimos meses enajenación mental. Había dirigido una academia de jóvenes caballeros, pero su desequilibrio le había obligado a dejar su ocupación, y por algún tiempo ha vivido solo en una casa del mencionado barrio. Últimamente, el propietario del inmueble consiguió una orden de desahucio. Al ser llevada a cabo la expulsión, fue necesario maniatar al trastornado inquilino, el cual, por desgracia, y debido a una falta de organización, tuvo que permanecer en los escalones de la entrada, expuesto a la curiosidad del gentío, hasta que finalmente apareció el coche que lo trasladaría al manicomio. Uno de sus alumnos (dice el periódico) es Mr. Spurgeon".

¡El hombre de quien aprendí toda la instrucción humana que poseo, es ahora un rabioso lunático en el manicomio! Cuando vi aquello, me sentí apto de doblar mis rodillas con gratitud humilde y dar gracias a mi Dios de que todavía mi razón no haya disparatado y que estas facultades aun no me hayan desamparado. ¡Oh, cuán agradecidos debiéramos estar de que nuestros talentos se nos conservan, y que nuestra mente no se haya ido! Nada me ha afectado como eso. Era uno que con toda solicitud se afanó de mí - un hombre de genio y habilidad; sin embargo, ¡helo ahí! ¡cómo ha caído! ¡cómo ha caído! ¿Con cuánta rapidez desciende de su alto estado la naturaleza humana, hundiéndose hasta un nivel inferior al de los brutos? ¡Bendecid a Dios, amigos míos, por vuestros talentos!, ¡dadle gracias por vuestra razón! ¡agradecedle por vuestro intelecto! Tan simple que sea, a ti te es suficiente, y si lo perdieras pronto notarías la diferencia. Guárdate, no sea que digas "Ésta es la gran Babilonia que yo edifiqué"; pues, recuerda, que tanto la llana como la mezcla tienen que venir de Él. La vida, la voz, el talento, la imaginación, la elocuencia - todos son los dones de Dios; y el que ha recibido los mayores dones debe sentir que a Dios pertenece el escudo del fuerte, porque Él ha dado fuerza a su pueblo y poder a sus siervos.

3. Otra respuesta más a esta pregunta: otro medio del que se vale Dios para preservar a sus ministros de gloriarse es esta: Les hace sentir constantemente su dependencia del Espíritu Santo. Algunos no la sienten, confieso. Hay quienes se atreven a predicar sin el Espíritu de Dios, o sin solicitarlo. Pero pienso que ningún hombre, que sea realmente comisionado de lo alto, osará hacerlo, sino que sentirá que necesita el Espíritu. Una vez, mientras predicaba en Escocia, parecióle bien al Espíritu de Dios desampararme, no pude hablar como normalmente lo hago. Me vi obligado a decir al pueblo que habían sido quitadas las ruedas del carro, y que este se arrastraba pesadamente. Desde entonces he sentido el beneficio de aquel día. Me humilló amargamente, pues hubiera podido arrastrarme a un agujero, y me hubiera escondido en cualquier rincón obscuro de la tierra. Me sentí como si no debiera hablar más en el nombre del Señor, y entonces me vino el pensamiento: "¡Oh!, eres una criatura ingrata: ¿No ha hablado Dios por ti cientos de veces? ¿Y esta una vez, cuando no quiso hacerlo le vas a reconvenir por ello? No, mas bien agradécele, que cien veces te sostuvo; y, si una vez te haya desamparado, admira su bondad, ya que así te mantiene humilde". Hay quienes podrán creer que la falta de estudio me llevó a aquella condición, mas puedo afirmaros honestamente, que no fue así. Yo me creo obligado a ocuparme en leer para no tentar al Espíritu por efusiones impensadas. Tengo costumbre, porque lo estimo un deber, de inquirir un sermón de mi Maestro e implorarle que lo grabe en mi mente, pero en aquella ocasión, creo que lo había preparado aun más cuidadosamente que de ordinario, de manera que no fue la falta de preparación la razón. El hecho sencillo es este: "el viento de donde quiere sopla", y viento no siempre es huracanado. A veces el mismo viento hace calma. Y, por ello, si reposo en el Espíritu, no puedo esperar que siempre me siente su poder igual. ¿Qué podía hacer sin la influencia celestial, pues a ella se lo debo todo? Por esto, sin embargo, Dios humilla a sus siervos. Dios nos enseñará cuánto lo necesitamos. No nos dejará creer que hacemos algo por nosotros mismos. "No", dice, "no tendrás nada de que jactarte. Yo te abatiré. Piensas, ‘Yo hago esto?’ Yo te mostraré lo que eres sin mí." Ahí va Samsón. Ataca a los filisteos. Se imagina que puede herirles; pero están sobre él. Le sacan los ojos. Su gloria desapareció, porque no confió en su Dios, sino reposó en sí mismo. Cada ministro será hecho sentir su dependencia del Espíritu; y luego dirá, con énfasis, como Pablo, "Pues bien que anuncio el Evangelio, no tengo por qué gloriarme".

III. Por último, consideraremos la tercera pregunta: ¿Cuál es esa necesidad que nos ha sido impuesta de predicar el evangelio?

1. En primer lugar, una gran parte de esa necesidad brota de la vocación misma: Si alguien es llamado verdaderamente por Dios al ministerio, le desafío a detenerse de ello. El que realmente tenga en su interior la inspiración del Espíritu Santo instándole a predicar no puede evitarlo. Tiene que predicar. Como fuego en sus huesos, así será esa influencia hasta que reventa. Amigos pueden estorbarle, enemigos criticarle, escarnecedores mofarse de él, aquel hombre es indomable; deberá predicar si ha sido llamado del cielo. Toda la tierra puede desampararle; pero predicaría a las yermas cumbres de las montañas. Si tiene su vocación del cielo, y no tuviere congregación, predicará al murmullo de las cataratas, y hará que los arroyos oigan su voz. No podrá permanecer callado. Sería una voz que clama en el desierto: "Aparejad el camino del Señor". No lo creo mas posible callar a los ministros que parar a las estrellas en el firmamento. No lo creo tan posible impedir a uno que hable, siempre si es verdaderamente llamado, que secar una caudalosa catarata bebiéndosela con una tacita. El hombre es movido por el cielo, ¿quién le detendrá? Ha sido impulsado por Dios, ¿quien le obstruirá? Tiene que volar con alas de águila; ¿quien le sujetará a la tierra? Tiene que hablar como serafín, ¿quién sellará sus labios? ¿No es Su palabra como un fuego en mi interior? ¿No la anunciaré, si Dios la ha puesto allí? Y cuando un hombre habla como el Espíritu da que hablase, sentirá un júbilo santo semejante a lo celestial; y cuando acaba, desea volver a empezar, anhela predicar una vez mas. No creo que jóvenes son llamados de Dios para grandes obras que predican una vez a la semana, y se creen haber cumplido su deber. Creo si Dios ha llamado a uno, lo impulsará constantemente, o mas o menos, y sentirá la necesidad de anunciar a todas las naciones las inescrutables riquezas de Cristo.

2. Pero hay algo más que nos hará predicar: sentiremos "ay" de nosotros si no anunciamos el evangelio; y el "ay" es la triste destitución de este pobre mundo caído. ¡Oh, ministro del evangelio: párate un momento a considerar a tus desdichados semejantes! ¡Contémplalos como un torrente que corre hacia la eternidad -diez mil cada solemne momento corren a su hogar sin fin! ¡Mira al final de aquel torrente, aquella cascada tremenda que precipita en tropel las almas al abismo! ¡Oh, ministro, piensa que cada hora que pasa, los hombres se condenan por millares, y que cada vez que late tu pulso otra alma alza sus ojos en el infierno, estando en los tormentos; piensa cómo los hombres aceleran sus pasos hacia la destrucción; cómo "la caridad de muchos se resfría" y se "multiplica la maldad". ¡Válgame! ¿no te ha sido impuesta necesidad? ¿No te es "ay" si no predicas el evangelio? Pasea una tarde por las calles de Londres cuando ha anochecido, y la oscuridad presta su velo a la gente. ¿No observas cómo se apresura aquella libertina a su maldita tarea ¿No ves miles y decenas de miles que se arruinan cada año? Desde la sala del hospital y del manicomio sale una voz, "Ay de ti si no anuncias el evangelio". Ve a ese enorme edificio de paredes masivas, entra en sus calabozos, y ve en ellas a los ladrones, que han pasado sus vidas en el pecado. Dirige tus pasos, de cuando en cuando, a la triste plaza de Newgate, y presencia allí el asesino ahorcado. Una voz saldrá de cada prisión, de cada correccional, de cada patíbulo, diciéndote, "Ay de ti si no anuncias el evangelio". Acércate a los miles de lechos de muerte, y fíjate cómo perecen los hombres en ignorancia, sin conocer los caminos de Dios. Repara en su terror mientras se acercan a su Juez, sin nunca haber sabido qué significa ser salvo, ni siquiera conociendo el camino; y mientras los ves temblando ante su Hacedor, oye la voz: "Ay de ti si no anuncias el evangelio". O vaya por otro camino. Recorre por esta gran metrópolis, y detente ante alguna puerta de la que oigas el tintineo de campanas, el canto llano y sonsonete, pero donde impera la ramera de Babilonia, y donde las mentiras se predican como verdad; y cuando vuelvas a casa, y pienses en el papismo y en el "puseismo", oye la voz que te viene: "Ministro, ay de ti si no anuncias el evangelio". O entra en el hogar del infiel donde el nombre de su Hacedor es blasfemado; o asiste al teatro donde se representan obras disolutas y licenciosas, y de todos estos antros de vicio se oye la voz que dice: "Ministro, ay de ti si no predicas el evangelio". Y da tu último paseo solemne hasta las cámaras de los perdidos; que se visite el abismo del averno, y párate a escuchar

"Los quejidos hoscos, los lloros huecos,

Y chillidos de sombras atormentadas"

Arrima tu oído a las puertas del infierno, y por un momento atiende a la barahúnda de alaridos y gritos de agonía y la desesperación inhumana que desgarraran tu oído; y al regresar de aquel lugar triste con aquella música funesta aun inquietándote, oirás la voz: "¡Ministro!, ¡ministro!, ay de ti si no anuncias el evangelio". Con tan solo tener estas cosas ante nuestros ojos, tenemos que predicar. ¡Dejad de predicar! ¡Dejad de predicar! Que el sol se apague, y predicaremos en la oscuridad. Que las olas cesen de sus mareas, y aun nuestra voz predicará el evangelio. Que la tierra deje de girar, y que los planetas cesen sus movimientos, y aun predicaremos el evangelio. Hasta que las ígneas entrañas de la tierra estallen por todas las costuras de sus montañas abrasadas, aun predicaremos el evangelio; hasta que la conflagración universal deshaga el planeta, y la materia sea desintegrada, estos labios, o los de algunos mas llamados por Dios, seguirán tronando la voz de Jehová. No podemos evitarlo. "Nos ha sido impuesta necesidad; y ¡ay de nosotros si no anunciáramos el evangelio!"

Y ahora, mis queridos oyentes, una palabra con vosotros. Algunas personas en esta audiencia que sois verdaderamente culpables a los ojos de Dios porque no predicáis el evangelio. No puedo creer que de las mil quinientas o dos mil personas presentes, alcanzadas por mi voz, no haya ninguna apta para predicar el evangelio aparte de mi mismo. No tengo tan pobre opinión de vosotros como para creerme superior en inteligencia a la mitad de vosotros, o aun en poder para anunciar la Palabra de Dios: Y aun suponiendo que lo fuera, no puedo pensar que yo tenga tal congregación que no haya entre todos muchos que tengan dones y talentos que le capaciten para predicar la Palabra. Entre los Bautistas de Escocia es costumbre pedir a todos los hermanos a exhortar el domingo por la mañana; no tienen un ministro regular que predique en tales ocasiones, sino que todo aquel predica que desea levantarse para hablar. Esto está muy bien, aunque, me temo, muchos hermanos inadecuados serían los más aumentados oradores, pues es un hecho muy reconocido, que los que tienen poco que decir seguirán a menudo más tiempo; y si yo fuera dirigente, les diría: "Hermano, está escrito: 'Habla para edificación'. Estoy seguro que no te edificarías a ti mismo ni a tu esposa, sería mejor que trataras de lograr eso primero, y si no lo puedes conseguir, no nos hagas perder nuestro precioso tiempo".

Pero aun digo, no puedo concebir sino que haya aquí esta mañana quienes, como flores, "estén desperdiciando su fragancia en el aire del desierto", "gemas de los más puros rayos", escondidas en las tenebrosas cavernas del olvido del océano. Este es un asunto muy serio. Si hay talento en la iglesia de Park Street, que se desarrolle. Si hay predicadores en mi congregación, que prediquen. Muchos ministros se hacen responsables de obstruir a los jóvenes en este respecto. He aquí mi mano, tal cual es, para ayudar a cualquiera de vosotros que crea poder hablar a los pecadores circunstantes de cuál amado Salvador habéis encontrado. Me gustaría descubrir veintenas de predicadores entre vosotros; Plugiera a Dios que todos los siervos del Señor fuesen profetas. Hay algunos aquí que deberían ser profetas, sólo que tienen miedo; bien, habremos de buscar algún esquema que los libere de su timidez. No puedo soportar el pensamiento que mientras el diablo utiliza a todos sus siervos en su obra, haya un solo siervo de Cristo adormilado. Joven, ve a tu casa y examínate a ti mismo, conoce tus habilidades, y si encuentras que tienes habilidad, entonces intenta en algún espacio decir a una docena de menesterosos qué les es menester hacer para ser salvos. No debes aspirar a depender absolutamente y solamente del ministerio, aunque si a Dios le placiera, deséalo también. El que apetece obispado, buena cosa desea. En todo caso buscad de alguna manera predicar el evangelio de Dios. He predicado este sermón especialmente, porque quiero iniciar un movimiento desde este lugar que alcance a otros. Quiero encontrar en mi iglesia, si fuera posible, quienes proclamarán el evangelio. Y mírate, si tienes talento y poder, ¡ay de ti si no anunciáis el evangelio!

Pero, ¡oh!, amigos míos; si ay de nosotros si no predicamos el evangelio, ¿qué será el ay de ti si oyes y no recibes el evangelio? Quiera Dios que ambos podamos escapar de tal ay. Quiera Dios, también, que el evangelio de Dios nos sea olor de vida para vida, y no olor de muerte para muerte.